Hay dramaturgos que han dado golpes de timón en la tradición nacional. Antonio Acevedo Hernández, en el 1910, se alejó de la zarzuela para inaugurar un teatro político-proletario nacional. Guillermo Calderón, en el 2000, cristalizó el registro de un teatro político contemporáneo.
Acevedo Hernández revive en la propuesta de La Dramática Nacional, compañía liderada por tres actrices -Nelda Muray, Carolina Rebolledo y Carolina Araya- que con "Almas perdidas" -en cartelera en Matucana 100- concluye una trilogía dedicada a este autor, con las ya montadas "Chañarcillo" y "La canción rota". Su línea de trabajo va por el rescate de los autores nacionales, y lo hacen con puestas en escena de ambiciosa factura, pues manejan elencos numerosos, coreografías, música en vivo y proyección audiovisual. "Almas perdidas" reúne a actores de distintas generaciones, recién egresados con experimentados, como Hugo Medina, Giordano Rossi, Íñigo Urrutia, Francisco Puelles o Agustín Moya.
El teatro de Acevedo Hernández es realista, de crítica social y de absoluta vanguardia; a modo de referencia, se adelantó una década a las ideas de Bertolt Brecht. Si en "Chañarcillo" fueron los mineros y en "La canción rota", un alzamiento campesino, en "Almas perdidas" es la pobreza urbana. La pieza gira alrededor de un grupo de trabajadores del Chile industrializado a principios del siglo XX y sus experiencias negativas con los "industriales" (los empresarios de ahora). Una relación marcada por la explotación y la desigualdad contra la que reaccionan con huelgas y arengas para despertar una conciencia de clase. Temática y enfoque que nos hace recordar a otros autores nacionales como Isidora Aguirre, Manuel Rojas, Juan Radrigán.
Esta pieza, más que profundizar en personajes particulares, muestra a un fresco social que se introduce con una proyección audiovisual con ambientación de la época, 1923, para contarnos lo que sucede en la oficina de los industriales y al interior del conventillo. Luego comienza la historia en las tablas, en vísperas de la noche de San Juan, que presenta a los veinte personajes obreros, viejos, delincuentes, pobres, mujeres, prostitutas y extranjeros -"un turco"-, acompañados de música cantada y tocada en vivo con gran maestría. De este modo articulan un testimonio coral sobre la hambruna, el trabajo duro, la inestabilidad y los consiguientes vicios: el alcohol, la violencia y la traición. El gran valor es el cruce de formatos, siendo especialmente sugestivos los archivos en técnicas modernas. Sin embargo, ahí está también la falla del montaje: la necesidad de mayores vasos comunicantes entre el plano audiovisual y el realista, de modo de incluir a los intérpretes que no parecen comprender su lugar en la zona más experimental. Afinar esos engranajes haría de este montaje una propuesta redonda, pero ya es un espectáculo de alta calidad.
En algún punto "Beben" (temblor en alemán), de Guillermo Calderón -con funciones en Teatro del Puente-, fruto de una invitación del Teatro Düsseldorfer Schauspielhaus de Alemania para escribir una obra que pudiera establecer una conexión entre ambos países, también es una historia que gira alrededor de "almas perdidas".
Acá son cuatro rescatistas alemanes (que se hacen pasar por italianos) que vienen a ayudar al Chile post terremoto y tsunami del 2010. Como siempre, Calderón no es condescendiente y pone "el dedo en la llaga" al criticar la ingenuidad del voluntariado primer mundista y las interpretaciones irracionales a las catástrofes. Estos miembros de una ONG internacional se encuentran en un campamento para colaborar con las víctimas, pero el conflicto se desata cuando le confiesan a Anna, la líder de la misión, que les han contado a los niños del lugar el cuento "Terremoto en Chile", de Von Kleist (1808). A partir de ese incidente se abre un intercambio de puntos de vista, siempre críticos, acerca del rol de estos jóvenes cuya buena voluntad, pero falta de experticia, no está contribuyendo a calmar el efecto post traumático de los niños. Además, aparecen otras problemáticas, como las interpretaciones divinas a los desastre naturales, la mayoría en el sentido de castigo a los pecadores, por medio de los comentarios de los niños damnificados: "Dios es torpe. Si quería castigar a los pecadores no nos tenía que castigar a todos. Dios tiene mala puntería. O es flojo. ¿Qué le habría costado mandar un rayo y quemar la casa del vecino? ¿Qué le habría costado atropellar al dueño del supermercado con un camión?".
Fiel a la poética de Calderón, una situación particular adquiere una interesante reflexión universal, en este caso, en torno a las energías y fuerzas políticas que se liberaron en el sismo, principalmente, a partir de los saqueos y el derrumbe de las instituciones políticas. A lo que se agrega un desvarío alrededor del sexo como energía contra civilizatoria con una serie de historias enrevesadas e hilarantes. Esto toma forma en los parlamentos entrecortados que pronuncian los vacilantes voluntarios en un juego de roles y frases irónicas, por ejemplo, cuando Karin se justifica: "El cuento es para que aprendan a pensar como yo. Como una persona a la que se le cayó el mundo". Además, hay múltiples referencias literarias y buena dosis de ironía, por ejemplo, cuando Willi afirma: "(...) Cuando vine a Chile pensé que me iba a encontrar con la clase obrera. Con los pobres politizados de Latinoamérica. Pero no. Mis amigos que corren con televisores son rebeldes por una hora, pero cuando llegan a la casa los encienden. Y los miran. Y se ríen. Y sueñan con tener plata para comprar más cosas". También se cuestiona el asistencialismo o paternalismo con que otras sociedades u otros estratos socioeconómicos acuden en ayuda del "más necesitado" tras una calamidad.
La propuesta de la joven directora Antonia Mendía es fresca y acertada, dirige bien a estos actores jóvenes que se mueven titubeantes por un espacio oscuro en la languidez propia del tiempo post catástrofe, que habitan una carpa proyectada en video que toma forma de discoteca o centro de reunión.
Dos dramaturgos chilenos fundamentales conviven, por azar, en la cartelera teatral de fin año y a días de las elecciones presidenciales, para delinear la arista absurda de nuestras estructuras políticas.