Hay que decirlo: para muchos cristianos ir hasta el restaurante Ana María en calle Club Hípico generaba un apunamiento a la inversa. Y era que no, porque este lugar que partió como picada se ubica en una zona de Santiago sin drones ni guardias. En una casa laberíntica se ubican hasta hoy sus mesas, donde se puede probar buena comida chilena y, marcando una gran diferencia y su sello identitario, una concentración de carnes silvestres y salvajes que nadie más ofrece en la capital. Porque aquí se alimenta el lado medieval del mastique.
Y eso mismo (o mesmo) se siente en su flamante local en Vitacura. Puede ser un poco raro el ambiente para el habitué más abajista, pero la atención y la comida es igualita. Y eso se siente cuando traen el aguamanil y el babero para enfrentarse a un pedazo de ganso a la cacerola ($18.000, los vale), nadando en un caldo de antología, con trozos de zanahoria que parecen haber sido cortados con hacha. No es una carne blanda, ya que el bicho gozó algo de su vida y logró moverse, pero al mismo tiempo cuenta con un sabor intenso y color oscuro que obligan a tomar la presa con las manos, apelando al cavernícola interior (y a la seda dental a posteriori).Y tienen más: ciervo, conejo, pato, jabalí, chancho ahumado, faisán, codornices, ancas de rana. La más variada zoología al plato dispuesta para los nostálgicos que han visto reducida su veta carnívora al lomo magro y la reineta.
Para empezar, tostadas (se echó de menos pan para sopear...) y pebre, algo fomeque. Y el mismo picor y malicia le faltó a un cebiche surtido ($8.600), con dos pescados distintos, calamares y camaroncitos reales (ricos, no ese trupán ecuatoriano). Rico, pero poco intenso.
De fondos, un mero a la plancha abundante (tres trozos de porte mediano, $9.000), en su punto, junto a unas habas peladas y cocidas ($2.700) y un risotto de albahaca ($2.800), todo en su perfecto grado de cocimiento. Y el mentado ganso, que dejó las ganas abiertas a probar todo el resto de la carta exótica.
El lugar es elegante, pero cuesta un poquito encontrar su entrada, en el corazón de los Cobres de Vitacura. Los cubiertos son finos, las servilletas de papel grueso, las copas de rigor. Y la música, rara (entre Kenny G y éxitos de los ochenta). Pero lo esencial, la carne que rellena a este esqueleto, está allí.
Y entre los postres tienen conservas caseras, como higos en almíbar y membrillo con murtillas. Ay, la glicemia.
Vitacura 6646, 2 3245 1521.