El suicidio de un ser querido es una experiencia complejísima; sentimientos de culpa, rabia y abandono se suman al proceso de duelo. Hay libros magistrales que se han atrevido a explorar en esa experiencia, libros que circundan el diario de duelo, las memorias familiares, la bitácora médica. Pienso en "Lo que no tiene nombre", de Piedad Bonnett, acerca de su hijo víctima de la esquizofrenia; "Desgracia indeseada", de Peter Handke, sobre la muerte de su madre, o el reciente libro "El salto de papá", del argentino Martin Sivak. Libros que muestran que los cercanos al suicida tienen mucho de sobrevivientes. La obra de teatro "Todas esas cosas maravillosas", en cartelera en Centro Mori, se suma de un modo original a esta lista.
La pieza del británico Duncan Macmillan ("Pulmones"), nos sitúa en la mirada de un niño que alienta a su madre a seguir viviendo después de su primer intento de suicidio. Para esto confeccionará listas de cosas y experiencias por las que vale la pena vivir. El único protagonista, interpretado por el carismático Álvaro Escobar, va desplegando cómo crece este hijo acompañando los constantes embates de la depresión materna, y ampliando la lista de "cosas maravillosas" conforme se convierte en adulto. Ahí están sobre el escenario la culpa y la angustia de los hijos que crecen junto a padres vulnerables, los roles invertidos de cuidado y frustración. La historia tampoco rehúye el fracaso, porque pese a que el hijo recolectó un millón de motivos, no pudo evitar que su mamá terminara matándose.
La obra se atreve con este tema tabú, y además en un formato interactivo, pues es un monólogo que contempla la participación de los espectadores que leen en voz alta parte de la lista de "cosas maravillosas", en papeles entregados, o interpretan roles en situaciones imaginadas. Así, desde la butaca, se escucha "color amarillo", "el helado", "bañarse con agua calentita", "un dentista con mano ligera", "ver a la gente caerse", "ganar un premio en una rifa". En la función a la que yo asisto, un señor de lentes hace del niño que es retirado de la escuela, por el padre, para ser llevado al hospital donde la madre ha sido ingresada tras el fallido intento. El diálogo que hay al interior del auto es tristísimo: un niño que pregunta y pregunta y un padre que responde abatido: "Tu mamá se hirió porque está muy triste". Más adelante hay una escena que recrea la despedida al perro de infancia y una mujer del público debe ser la veterinaria que aconseja dormirlo. En otra escena, una mujer danesa -se le pregunta su nacionalidad, dado su acento- es la dupla que lo acompaña en las tardes de lectura en la biblioteca. La situación resulta algo hilarante desde el momento en que ella debe leer la contratapa de la novela "Coronación", en sus manos, para cumplir con la tarea.
La dirección de Alejandro Castillo ("Coronación") guía con acierto a un Álvaro Escobar cercano y versátil que sabe acompañar cada una de las situaciones y a los espectadores que improvisan sus pequeños roles. En ese espacio todos nos sentimos contenidos ante la posibilidad de error si intervenimos, o acogidos por la voz suave que nos guía por los vaivenes de la salud mental. Sí hay un par de cosas técnicas a corregir: la excesiva luz blanca que ilumina las butacas y ciertos problemas de audio. Se comprende que es un tipo de obra que se realiza como si fuera una conversación entre el protagonista y los asistentes, pero también es importante conservar cierta atmósfera. En la versión chilena, Escobar alude, con delicadeza, a suicidios acontecidos los últimos meses en nuestro país. Ya sabemos: Chile no tiene buenas estadísticas en tratamiento de depresiones endógenas y en situaciones de vida socioeconómicas que hunden a las personas. Además, se entrega un mensaje muy válido: tratar esos casos con responsabilidad
social, no desde el morbo, sino desde el respeto y entregando ayuda profesional.
Macmillan es un autor exitoso en taquilla y proyectos, pero roza la ingenuidad y corre riesgos de simplificar en demasía temas complejos, como la depresión y el suicidio, que son enfermedades, a veces, resistentes al soporte familiar y a los tratamientos médicos. Más que un labrado texto dramático, hay un fresco espectáculo que nos acerca a esa situación dolorosa con luz, humor inglés, y dirigiéndose a un público más amplio. Prueba de eso son los numerosos asistentes que se aglomeran al final de la función a dejar su propia lista de pequeñas y grandes cosas. Sin duda, el montaje conmueve y nos impulsa a un ejercicio no menor: a confeccionar nuestra propia lista de cosas por las que vale la pena vivir. Uno, dos, tres, cuatro, hasta el infinito.
"Más que un labrado texto dramático, hay un fresco espectáculo que nos acerca a esa situación dolorosa con luz, humor inglés, y dirigiéndose a un público más amplio".
"Sin duda, el montaje conmueve y nos impulsa a un ejercicio no menor: a confeccionar nuestra propia lista de cosas por las que vale la pena vivir".