Antes que nada, lo importante: la comida en este pequeño restaurante indio es alucinante. Es distinta y, gracias a su extensa carta, es muy diversa. Hay que aprovechar de ir antes de que reduzcan su recetario (algo predecible). Pero mientras tanto, a gozar. No son porciones muy grandes, pero los precios también son muy humanos. Eso, de entrada.
Luego, hay unas mesas en el exterior, con un pasto sintético bien kitsch y muchas sombrillas de colores en el cielo. Hay un interior más despojado y fresco. Y un baño que necesita ser reparado. La carta con faltas de ortografía (hasta da ternura) y el escaso español de quienes atienden es suplido con una magna gentileza y tiempos prudentes en la cocina. La música, pop indio, completa el comienzo de esta experiencia.
Primero, samosas ($2.900), esas empanaditas rellenas de papas y arvejas, más horneadas que fritas en este caso. Igual muy sabrosas. Luego, unos trozos de verduras rebozados con harina de garbanzo (pakora, $3.500), otro golpe de sabor extranjero, al igual que unas bolitas de espinaca con queso (palak cheese ball, $3.990).
De entre los platos principales, estos vienen sin picante, pero, si se quiere, se les puede incorporar en grados de uno a cinco. El único que se pidió con un preciso grado dos fueron unos camarones en una salsa atomatada (jhinga masala, $6.500), hechos a punto y no en grado textura plumavit. Para acompañar, un arroz con comino (jeera rice, $2.000) y un kashmir pulau, con frutas ($2.900). Además se sumaron tres variedades de pan, entre las que destacó un planito nan con MUCHO ajo, maravilloso y matapasiones ($2.000). Los otros principales fueron de la oferta vegetariana (se les recomienda este lugar a los amantes del pasto). Uno con alguna pasa gigante y trozos de fruta nadando en una salsa de crema y con un toque de cardamomo (navratan korma, $4.900), junto a un malai kofta ($5.900), una suerte de croquetas, o más bien mousse, nadando en una salsa de castañas de caju y masala.
¿Que se puede decir de una comida que se termina sopeando con el pan? Que es una fiesta no más. Y con la cantidad de platos ofertados en Swad, dan ganas de ir llenando una cartilla para ir probándolos todos.
Para acompañar se sugiere agua (para no molestar a los sabores) o un lassi, una bebida en base a yogurth, en este caso dulce ($1.500). Y de postre, los clásicos gulab yamun ($2.500), unas bolitas dulces nadando en almíbar y agua de rosas, y un kulfi ($2.000), un helado de leche y frutos secos.
Si le gusta lo exótico -y la comida rica- este lugar del barrio Italia cumple y bien.
Avenida Italia 1307, 2 2699 9631.