Hay ciertas cosas que, como dicen, "por sabidas se callan, y por calladas, se olvidan". Una de ellas es que un restorán debe hacer lo más felices que pueda a sus parroquianos mientras estos están sentados en sus mesas. Influye en esto la decoración, el servicio y, sobre todo, la música y/o ruido (a veces ambas cosas se confunden; otras, se suman). Habrá quienes gusten del ruido; pero hay ciertos estándares que no se pueden desconocer. Al cabo, la mayoría de los humanos somos sorprendentemente parecidos y nos agradan y desagradan las mismas cosas en una igualmente sorprendente proporción.
Todo esto es para entrar en materia: fuimos a La Perla del Pacífico y el ruido y agitación general nos impidieron disfrutar de la hora y media, más o menos, que pasamos ahí. Cambiamos tres veces de mesa para encontrar un lugar más tranquilo. Sin mucho resultado. Un restorán no debe solamente ofrecer buena cocina, sino también un ambiente aceptable para el promedio de las personas. Y el promedio de ellas disfruta conversando, relajándose en buena compañía, en fin: no es necesario añadir mucho más. Usía me entiende. El exceso de ruido lo mata todo. Pero hay más, todavía: cuando el ruido es excesivo, se puede experimentar un anticipo del infierno, adonde van a parar los condenados por gula: el ruido atronador e insoportable es el castigo que el Dante asigna a los golosos en ese atroz lugar...
Dicho lo anterior, vamos a la cocina. Para empezar pedimos una Selección de frutos del mar ($22.900) para dos: se nos trajo, entre abundantes lechugas de adorno, un potecito de erizos, una copa con cebiche de pescados, unas diez ostras chicas, unas cuantas patas de jaiba, algunos choritos al vapor y pulpo frío. Tuvimos que pedir alguna salsa, porque el plato llegó así, mondo y lirondo. Jaibas congeladas con mala textura; ostras impávidas que no fueron probadas por instinto de supervivencia; buen cebiche. Disfrutamos, sí, de los erizos; pero, por ese precio, uno espera algo sustancialmente mejor.
Como tuvimos que cancelar una orden de atún, que no había (fuimos de los primeros en llegar), pedimos una merluza austral al ajillo ($11.900), que no tenía mucho ajillo, para ser francos, aunque estaba cocida a punto. Y otra merluza austral sellada (mismo precio) acompañada de las consabidas verduritas al wok. El otro acompañamiento (motivo por el que pedimos el plato) fue un guiso de mote con mariscos: muy bueno; el mote se comporta bien casi con lo que le pongan. Pero ninguna de estas cosas valía lo que tuvimos que pagar por ellas: ruido, desasosiego.
Postres: unos huesillos con mote ($3.500) con poca azúcar, y una muy notable tarta rústica de manzana ($4.500), que fue lo que salvó la visita.
Resumen: una cocina corriente, con pocos aciertos, en un ambiente excesivamente ruidoso. Simpática decoración. Servicio correcto.
Parque Arauco, local 372-A, 2 2656 7013.