A propósito del centenario de Violeta Parra se crean espectáculos que ponen en valor a esta genia chilena de la música, las letras y las artes plásticas; en este panorama se debería prestar especial atención a la obra "En fuga no hay despedida", en cartelera en el centro GAM, que reúne la escritura del dramaturgo Luis Barrales ("HP", "Niñas araña", "Xuárez"), la dirección de Trinidad González ("La reunión", "Pájaro") y un elenco poderoso compuesto por Paula Zúñiga, Nicolás Zárate, Nicolás Pavez, Piera Marchesani, Tamara Ferreira y Tomás González que, además, demuestran dotes musicales extraordinarios. Todos juntos construyen un montaje que trasciende el formato teatral y se acerca al buen género musical, algo como una "Pérgola de las flores", para mostrar una Violeta humanizada. Esto último ya se había visto en la película "Violeta se fue a los cielos", de Andrés Wood, donde se entró en los claroscuros de la artista: su complejo temperamento, las tensiones familiares, las pérdidas, las dificultades en la subsistencia y su proyecto.
Esta obra propone cuadros musicales y plásticos que nos permiten acceder a distintos momentos de la vida de Violeta Parra. Hay cuadros muy bien logrados; por ejemplo, cuando muestran su salida a terreno al campo chileno recolectando cantos populares. Allí el elenco se transforma en un conjunto de campesinos que exulta sabiduría popular y talento innato. Una escena que hace pensar cuánto se ha perdido en la omisión a este patrimonio inmaterial que se expone en el código de la paya: "Hubo una vez un país que era como de palo y lana y potrero, la gente hablaba como trinando cuando había amor y graznando cuando había rabia... Eso duró varios siglos, casi dos, hasta que una cabra tomó las palabritas, las ordenó de nuevo, las amononó y se las fue a cantar el mundo". Violeta visionaria y autodidacta hizo un rescate, como si fuese una antropóloga, que luego hizo vibrar en sus cuerdas y voz para tenerla como herencia hasta el día de hoy.
También se recorren momentos gloriosos: la exposición de arpilleras en el Museo del Louvre con un cuadro que simula una rueda de prensa en la que ella responde a los periodistas sin dejar de lado su carácter indómito. Una mujer que llega a uno de los museos más importantes del mundo y que se arrima, con un francés recién aprendido, a defender su original obra. También está el lado humano, como el romance y ruptura con Gilbert. Una delicada escena condensa la sensualidad del encuentro al dolor físico de la separación. El uso de las máscaras de Loreto Jansana logra momentos visuales sublimes. Hay detalles. El espectáculo en conjunto ganaría con veinte minutos menos en temas que se vuelven algo reiterativos. O a veces habría que calibrar el registro rabioso de la artista. Pero son detalles. La dirección de Trinidad González saca lo mejor de la protagonista, Paula Zúñiga, y de las actrices jóvenes, Piera Marchesani y Tamara Ferreira, como de los intérpretes masculinos, Nicolás Zárate, Tomás González y el destacado Nicolás Pavez. Es un conjunto de múltiples talentos que asume distintos roles, o son la misma Violeta en distintas etapas, generando dinamismo y una entrega conmovedora.
La interpretación incluye temas de la cantautora, cuecas y payas, bajo la producción musical de Marcello Martínez con una prístina calidad de sonido. El título de la obra proviene de una de sus décimas, su biografía en clave popular, e identifica la primera ruptura con su destino, cuando abandona la casa familiar y se instala en la ciudad: "Salí de mi casa un día/pa' nunca retroceder,/preciso dar a entender/que lo hice a l'amanecida; /en fuga no hay despedida,/ ninguno lo sospechó,/y si alguien por mí/lloró/no quise causar un mal;/me vine a la capital/por orden de Nicanor". Pero también este título alude al fin de su vida como una fuga, el suicidio como el corte abrupto a los 49 años de edad.
Destaca la escenografía de Nicole Needman, que a través de colores acompaña los tonos emocionales de la trama. El espectáculo se inicia con una mujer colapsada moviéndose entre las tinieblas de la depresión, allí todo es negro, sale de un manto y vocifera por ella y por tantos otros, y sobre todo por tantas otras, el sacrificio que viven las mujeres madres en Chile y, más aún, si provienen de hogares pobres y se arriesgan en oficios artísticos: "No sabís cuánto dolor,/miseria y padecimiento/me dan los versos qu'encuentro;/muy pobre está mi bolsillo/y tengo cuatro chiquillos/a quienes darl'el sustento". Esta Violeta reclama por el exceso de trabajo, por las dificultades económicas, la ruptura amorosa, la frustración por los obstáculos en el proyecto de la universidad del folclor.
El fracaso de Violeta es el fracaso de un país que no supo apoyar a una creadora extraordinaria. Esta puesta en escena hace algo de justicia; al menos Violeta en el escenario está acompañada por un grupo de artistas que encumbra en lo más alto su invaluable patrimonio humano y artístico. Una despedida póstuma, pendiente que hace que el público aplauda de pie al final de la función, como el teatro lleno y entusiasta que debió aplaudirla en vida. Un magnífico homenaje a cincuenta años de su partida.