El título que encabeza este artículo es una expresión que tiene mucha fuerza emocional y marca un límite infranqueable entre lo que se puede hacer y lo que definitivamente no se debe hacer. Cuando este mandato se interioriza, las personas asumen que este límite no puede ser traspasado, independiente de que vaya o no a haber castigo, o de que lo vayan a descubrir o no. Bien utilizado, este concepto queda grabado en la mente de los niños como un mandato moral que no puede ser transgredido y que forma parte del acervo moral de las personas.
Por lo tanto, no debería usarse para problemas disciplinarios menores. Los fundamentos de este "no hacer" deberían estar profundamente arraigados en el respeto a los derechos de los otros.
El libro de conversaciones con José Zalaquett "Idealista sin ilusiones", de Constanza Toro y Patricio Hidalgo, me hizo reflexionar sobre el peso de esta expresión en la educación de los niños.
En uno de los capítulos se relata un episodio de 1973, en que las nuevas autoridades le solicitan a Alfredo Etcheberry, vicerrector de la Universidad Católica en ese entonces, que vaya a pedirle la renuncia al rector Fernando Castillo Velasco, quien estaba hospitalizado por un problema cardíaco grave. Cuenta el protagonista del libro que Alfredo Etcheberry se negó a hacerlo, usando un término en inglés propio de la cultura británica: "That is not done" ("Eso no se hace") y por supuesto no lo hizo.
"Lo que no se hace" no debiera ser usado al momento de poner límites a los niños para nimiedades o problemas menores: debe reservarse para aquellos imperativos morales categóricos que diferencian claramente lo que está bien de lo que no lo está. Se debe usar para asuntos que están casi fuera de toda discusión.
Es una forma de estética moral, como cuando se dice "No se le pega a alguien que está en el suelo", "Uno no se ríe de la desgracia ajena", "No hay que aprovecharse de los más débiles" o "No se traiciona a los amigos".
Es necesario autoevaluar los mandatos que estamos entregando a nuestros hijos. Es importante hacer una pedagogía emocional basada en principios que sean explicitados a los niños y que constituyen el núcleo de la cultura familiar.