Piola. Ajeno a modas. Decorado en tonos azules y con todo tipo de adornos marinos. Con mozos felices y experimentados y una carta donde todo se entiende a la primera. Lo único que podrían cambiar es esa música característica de los ascensores, pero el total resulta innegablemente amable de entrada. Así es Bahía Esmeralda, en calle José Domingo Cañas.
Lo interesante del lugar es que su propuesta es la de un restaurante donde efectivamente manda lo marino. Si hasta tienen una chorrillana de mariscos. Y también un plato casi inédito y que podría ser emblema de ProChile: un charquicán de piure y ulte ($5.800). ¿Quieren identidad y con un huevo frito encima? Oh. Con sus papitas sin estar molidas, uno de esos detalles del guiso bien hecho, lo deja a uno con su cuota anual de yodo cumplida. Y el ulte, esa alga despreciada, se convierte en inesperados bocados blandos. Un acierto.
Antes del guiso en cuestión, se pidieron unas ostras que no venían muy cristianas (diez a $6.000). O sea, que sean chicas es una cosa, pero parecían abiertas con anterioridad, lo que redunda en un grado de insipidez, algo imperdonable. ¿Por qué no tenían ese gusto exquisito a sacapunta metálico? ¿Por qué estaban ligeramente aporreadas? A corregir, señores. La otra entrada fue un cebiche ofrecido como "tradicional" ($7.500). Lo esperable era, tal vez, aquella receta tradicional y ya perdida de pescada raspada con cuchara, esa que parece papel maché, recocida en limón, pero lo que llegó fue un cebiche muy peruano él, en cubos, con un toque nacional de pimiento y sin la parafernalia de camote y choclo. Riquísimo, pero evidenciando que esa otra receta ya se esfumó frente a la migración. Podemos dar fe de que en Arica sobrevive, tal vez como una defensa fronteriza frente al recetario tan vecino.
Aparte del mentado charquicán, otra maravilla: un caldillo de congrio con arvejas ($9.900), e-nor-me, coronado con papas chaucha, las que se van humedeciendo en el caldo que borbotea. Otra variante afortunada de un clásico que pide más apetito que el regular. Y, aún así, y para merecerse el postre, fue despachado hasta la última gota. Por lo mismo, bien ganada estuvo una leche nevada, con unas islas flotantes que parecían el iceberg del Titanic. En contenedor pequeño, pero con sabor perfecto.
En este local tienen curanto en olla y chupes varios, almejas a la ostra, cancato y empanadas de pulpo. Los precios son muy convenientes, aunque el señor mozo algo comentó de un futuro reajuste. Ojalá cambien la pura música. Y traten con más amor a las ostras, que se lo merecen.
José Domingo Cañas 595, Ñuñoa. 2 2505 3078.