Hacia 1950, abrieron algunos grandes cafés santiaguinos de café-café, lejanos precursores de los actuales. De aquellos, desaparecieron, causando general luto, el gran Café Santos y un par de otros. Y, afortunadamente, nos queda todavía el Café Colonia. Este parece estar optimista, puesto que ha abierto sucursal en Las Condes. Pero nosotros quisimos ir a revivir lejanos tiempos al local de Mac Iver. Ah, las viejas glorias; ah, las ásperas realidades...
Como varios otros cafés, este procura salir a flote abriéndose al rubro restorán. Está bien. Pero no está a la altura de nuestros recuerdos: ¿será que con la pérdida de la especialización se ha terminado perdiendo? ¿Será que desaparecieron las antiguas maestras pasteleras, el antiguo oficio, el viejo y exigente público conocedor que por entonces lo frecuentaba?
De los pasteles que probamos, echamos de menos aquellos merengues con chantilly que eran únicos en Santiago. Y el cisne de masa de choux con chantilly, que era un modelo de finura y de presentación, se ha transformado en un enorme y pesado pájaro de aspecto no muy estético (los pasteles "tienen que" ser estéticos). Parece haber más cantidad, menos calidad en estos casos. Y lo mismo en el caso de los éclairs, de relleno más abundante que fino. En cambio, lo que pertenece al gusto más popular y contundente, como los berlines, sigue siendo bueno. Al orden del gusto vulgar pertenece el estilo actual de espolvorear por fuera, a todos los dulces chilenos con manjar, coco rallado, rebajando una tradición mucho más refinada: el alfajor que probamos adolecía de este defecto. Y eso nos sorprendió en este antiguo café. Pero el brazo de reina sigue siendo agradable.
En el rubro hojaldre, nos parecieron aceptables los cucuruchos con crema pastelera y otras vienoisseries con frutos secos. Pero no las palmeras, que tienen que ser un modelo de ligereza y crocancia: ya no son así en este lugar.
Lo mejor del Café Colonia son algunas tortas, que se venden también en porciones. Muy buenas nos parecieron la de trufa y la de lúcuma con nuez, pero la torta de panqueques rellena con naranja constituye una sorprendente y brusca decepción. Mención aparte merece el strudel, puesto que se trata de un local que apela a una tradición alemana, después de todo: el que catamos era de pesada masa y seco relleno. O sea, todo lo contrario de un buen strudel.
Uno quisiera que la venerable vejez de un lugar como este fuera de la misma sostenida calidad que tuvo antaño. El local conserva su viejo encanto, el mismo estilo de decoración. ¡Cuánto se presta para disfrutar de un buen café acompañado de un pastel fino y de gran calidad! Quisiéramos fervientemente que los responsables hagan un arqueo sincero de lo que tienen a favor y en contra y recuperen los viejos niveles. Habríamos muchísimos que se los agradeceríamos.
Mac Iver 161, Santiago.