El cineasta Orson Welles decía que los dolores de crecimiento de los niños prodigio eran los peores. Es de esperar que el restaurante De patio, abierto hace casi un mes, tenga sus buenas tiras de ibuprofeno para superarlos. Porque su partida es de caballo inglés (refrán antiguo) y se les desea, sinceramente, que no se vuelvan burros. Esto sería: que suban los precios, que no mantengan la novedad, que no se preparen para atender a más público y, lo más importante, que privilegien la forma sobre el sabor.
Y bien. Aquí, en este local despejado, y no por eso menos estiloso, se puede comer a la carta o con un menú de degustación en la barra (siete tiempos al almuerzo, $18.000, y once de noche, $26.500). El objetivo de esto último es echar la talla con el personal que cocina a la vista y que luego pase lo que debiera pasar: que alguien consulte si se percibe algo distinto y/o sorprendente. Una magnífica forma de evitar a esos mozos lateros que recitan -antes del bocado- hasta la genealogía de la sub especie de cochayuyo que apenas adorna al plato. Si hasta les da por comentar la filosofía tras el tipo de sal utilizada. O la huella de carbono de una arveja. En fin. Esperemos que las leyes de Darwin operen y que se extinga esta costumbre.
En esta ocasión se pidió a la carta. Primero que nada, ni pancitos ni amenidades (algo para picar que sea, vaya), lo que se suplió con unos crocantes ($2.500), semejantes a las clásicas hojas de camarón de restaurante chino, pero con otros sabores. Y una pasta de pescado para complementar y untar. Luego unas navajuelas blanditas con salsa holandesa ($5.000), matizadas con cortes minúsculos de espárrago. Después, unas brochetas de pescado frito ($6.000), que se amenazaba había sido ahumado antes, pero ni traza de humo. Luego un yaki ($4.500), que en este caso bautiza a una bolita de masa (... porque en Japón yaki es "a la plancha"... raro) rellena de carne de chanchito. De cola, y nadando en un caldo de marisco. A continuación un tuétano a la parrilla ($6.500), solo una mitad transversal (tacañería, señores), con unas hojas de lechugas para hacer unos tacos, con unos crutones y encurtidos. Funciona la cosa, hay que reconocerlo. Y finalizando con lo salado, un largo hueso de asado de tira ($12.500, y los vale), con la carne blanda y previamente cortada en bocados.
De postres, una rosa de manzana verde, nadando en un líquido algo ácido ($4.000), con un sorbete de yogurt, y un "desayuno" ($2.600), un mini pan brioche con un falso huevo frito encima, y un chicharroncito también. Como hecho con plasticina y que, si algún niño lo prueba, será uno de esos recuerdos im-bo-rra-bles. Ambos postres delicadamente endulzados.
Las descripciones previas no son generosas en describir las múltiples hojitas y brotes que adornan y saborizan. Sorry, porque son lindos los platos. Y esto, lo de la estética con sabor, ayuda a sentirse en un restaurante que ya es bueno y que puede llegar a ser superior.
Vitacura 3520, 2 3245 0340.