Fue el sociólogo Emile Durkheim quien estudió el suicidio como un fenómeno social, incorporando otra dimensión a un hecho que solo se miraba como una enfermedad psicológica del individuo. Durkheim categorizó los suicidios de acuerdo al lugar en la sociedad, su relación con la cultura y religión de cada persona; habló del suicido altruista, egoísta y el anómico. En esa línea se inscribe la obra del joven dramaturgo Antonio Zisis, "Dioses suicidas", que explora este complejo tema desde la filosofía, la literatura y la parodia social con una buena cuota de humor corrosivo. Una discusión filosófica que nos aleja de las patologías y nos instala en la problemática del libre albedrío.
La trama arranca a partir de dos parejas que se juntan una noche tras una fiesta de disfraces con algo de alcohol, rock, tensión sexual, un arma de fuego y mucho tedio. Adscrita a la poética del director Cristián Plana ("Comida alemana", "Castigo", "Locutorio") la obra es una inquietante única escena: las parejas, caracterizados como el Papa, Jesús, Salvador Allende y Cleopatra. La excusa de los disfraces da paso a gestos carnavalescos donde ya no son esos amigos burgueses aburridos en un living, sino almas desorientadas que juegan con sus pulsiones, sus censuras, sus miedos. El elenco que interpreta a los cuatro personajes, Álvaro Espinoza, Celine Reymond, Víctor Montero y Paloma Moreno, entra muy bien en el tono de esta comedia negra.
Se trata de un texto culto, lleno de referencias literarias y musicales para pensar el acto de quitarse la vida como un acto divino. Primero están las alusiones a Dostoievski, a "Los endemoniados", en especial, y también a "Crimen y castigo", que no solo son novelas, sino también tratados sobre la existencia humana donde el suicidio es un acto de rebeldía a la creencia de un dios omnipotente. Y se va más allá, al libre albedrío como una caja china de significados, cuando Miguel rebate: "¿Qué pasa si es que nosotros, al igual que Kirilov, somos las marionetas de algún escritor, por no decir dios, quien a su vez está probando ante los suyos una idea sobre el suicidio y la posibilidad de convertirse en dios?... ¿Por qué alguien querría llegar a ser dios? Una discusión de este tenor necesita ritmo, es parte de la exigencia del texto dramático cuando, por ejemplo, uno de los personajes, Leonardo, afirma: "Si tuviera que ponerle un estilo a esta conversación sería el jazz, con elemento fundamental el piano. El solo lo tocaría Bill Evans o Keith Jarrett... o quizás Thelonius Monk". Diego Noguera Berger, encargado de la producción musical, interpreta muy bien esto construyendo una banda sonora, algo más propia del cine, que merece ser ya una lista de Spotify o álbum. El diseño de Francisca Lazo no se queda atrás: en el vestuario destaca el poder de una capa dorada, que en principio viste la mujer disfrazada de Cleopatra, que hace de alas, de cortina.
La reunión social se va enrareciendo cada vez más, las dos parejas discuten, se seducen y juegan. Dentro de los juegos está la idea de una terapia que proponga el suicidio como tratamiento. Leonardo dice: "Me voy a convertir en psicoanalista. Con una semana de tratamiento voy a llegar a resultados concretos. En vez de esperar años la muerte de mis pacientes para solucionar todo, les voy a proponer el suicidio desde un inicio". A lo que Miguel responde: "Pero ese tratamiento sería un fracaso". O bien cuando hablan del poder de la ficción: "Es como si llevaran a Dostoievski a la cárcel por haber escrito 'Los endemoniados'. Kirilov, uno de sus personajes, piensa que todo el mundo debería suicidarse, ya que es la única manera de convertirse en dios".
Para ese momento en escena aparece una pistola cargada que tensa aún más a estos personajes rabiosos que vociferan las grandes preguntas de la condición humana: la necesidad de creer ("Le creen a Osho, a las energías, a la iglesia, a miles de falsos profetas, al universo. Como los campesinos rusos que se prendieron fuego entre 1934 y 1936 convencidos de que vendría el Anticristo...") y la arrogancia del ser humano, el doble filo del conocimiento como poder. Los personajes femeninos que se han quedado en las sombras, como cuerpos deseados o acompañantes, empujan el desenlace, cuando, por ejemplo, Pascale enrostra a su marido: "Tanto que hablaste de tener todas las decisiones en tus manos, llegar a ser dios, atreverse a dar un paso al vacío sin estar seguro de que haya vuelta atrás. Pero nunca has dado un paso al vacío. Nunca has dado un paso al vacío conmigo".
"Dioses suicidas" comprueba que Antonio Zisis, también actor y director, es uno de los dramaturgos más promisorios de la actualidad con una pluma madura, sofisticada, punzante. Ya lo venía demostrando con "Vorágine" y "La muerte de la imaginación" cuando, de un modo u otro, instaló la sospecha por el saber: "Hablando de Dostoievski, de Einstein, de libros, puedo subyugar o asesinar al resto, por el simple hecho de tener más conocimiento". Este tema fue parte de las paradojas post Segunda Guerra Mundial cuando la razón ilustrada trajo los efectos más irracionales de la historia.
Sí, el conocimiento, la cultura como poder creador, sublime; pero también como poder destructor, como la mecha que detona la catástrofe. Y el suicidio como la poderosa metáfora del libre albedrío del destino humano.