Ambrosía es un restaurante que partió en una ubicación extrema, tras la Casa Colorada del centro. Años después se mudó a Las Condes y ahora, hace pocos meses, abrió una versión prêt-à-porter en Providencia. Se trata de un bistró que conserva esa misma alma pero en un cuerpo más informal y pequeño. Ni se le ocurra no reservar.
Como se trata de un espacio reducido, todo está a la vista (con cero aroma a cocina, es importante puntualizarlo). El trabajo del personal debe ser y es diligente y harto sonriente. Un estrés para ellos, pero una felicidad para el comensal. Y si alguno de sus herederos tiene la peregrina idea de que esto de la cocina (una herencia de ver mucha tele) es puro coser y cantar, pida una ubicación en la barra: la chef -y su equipo- trabaja cuando el resto disfruta.
Entonces, la carta, donde se puede pedir el plato completo o una mitad del mismo: una maravilla que se recomienda y que se probó en esta ocasión. Llega el pan fresco y una mantequilla saborizada. Y en un tiempo prudente (hay que considerar que en un Burguer King lleno se puede estar hasta 15 minutos parado, ojo. ¿Comida rápida? Pfff), llegan los primeros platos. Un tártaro de filete ($7.500), con un punto quesoso y hojas de kale fritas. Lindo y rico. Lo mismo un pulpo blandísimo ($8.500) con un puré espeso que casi le gana en exquisitez a la proteína principal.
De segundos, nuevamente medios platos. Una fina pasta fresca ($7.000) con un toque de trufa nada cargante (es muy fácil pasarse en la materia), con una cremosa yema de huevo coronando. Casi impecable, pero un punto extra de sal no le hizo bien. Y al mismo tiempo, algo que ya merece ser elevado a must: una croqueta de queso de cabeza apanada ($6.500), rodeada de diversos escabeches. ¿Cómo elevar hasta la nobleza a una preparación de matadero? Aquí lo hicieron.
De entre los postres, una versión marciana del tiramisú ($5.000), en forma de dona, con distintos porongos alrededor y una galleta encima. Créalo o no, superlativo en sabor -con un toque licoroso en su interior- y texturas. Un verdadero contraejemplo de que a las preparaciones tradicionales hay que dejarlas tranquilas.
Hay más en la carta, con algunos platos ofertados para la tarde. Y en materia de líquidos, entre vinos -con una selección de etiquetas muy personal y entretenida- y mixología, hay mucho para escoger post-oficina.
Falta algo de ajuste, propio de la novedad (como que se cobró $10.000 en vez de $7.000 por la pasta, hum), pero como es la guata la que debe mandar, ella dice que hay que puro volver.
Nueva de Lyon 99, 2 2233 4303.