Llego al teatro contra viento y marea; para ser precisos, contra el frío y los semáforos fuera de servicio. En Bellavista no hay rastros de nieve, la sala del teatro Mori está bien calefaccionada, lo que permite adentrarse en este drama de Tennessee Williams y olvidarse, por un rato, de las incomodidades pasadas sin servicios básicos.
Después de pasar por distintos barrios veo figuras de hielo que a contraluz parecen de cristal. Más allá, hay grupos de ciudadanos atestados en los paraderos, en calles oscuras como boca de lobo después que la electricidad se esfumó. Pienso que en muchos sentidos somos figuras de cristal indefensas ante la naturaleza y la mala gestión de las empresas.El dramaturgo norteamericano decía que era habitado por unos demonios azules, los demonios de la depresión y la angustia, por eso quizás sus dramas son tan álgidos y perturbadores, basta recordar "Un tranvía llamado deseo" y "La gata sobre el tejado de zinc caliente".
La mayoría de sus obras transcurren en el sur de Estados Unidos, una sociedad educada pero cerrada y asfixiante, en la que el sexo reprimido, el clasismo, el pasado de esclavitud y la violencia soterrada han creado un complejo tejido. "El zoológico de cristal", su obra maestra, estrenada en 1944, entra en esas aguas tormentosas. La historia gira alrededor de la tragedia vital de los Wingfield, una clan compuesto por el hijo hombre, Tom, que trabaja a disgusto en una zapatería y de noche se escapa al cine; la hija menor, Laura, que sufre de una cojera, pero de una vulnerabilidad tan aguda que abandona los estudios de dactilografía y Amanda, la madre, quien vive de un pasado acomodado.
En una pared está la foto del padre que un día se fue. A los pocos minutos de transcurrida la historia tomamos conciencia de que no tienen salida, que sus vidas están empantanadas. Son una estirpe condenada como las que esbozaba William Faulkner, o en otra latitud, el colombiano García Márquez. La trama la mueve la madre, un personaje manipulador y dominante, comandado por el deseo visceral de sacar adelante a sus hijos. Estertores que brillan bajo la dirección de Álvaro Viguera, cada vez con proyectos más versátiles y sólidos, que apuesta casi todo en la dirección de actores donde se realzan los pequeños movimientos, los gestos característicos, las salidas y entradas precisas. Destaca la interpretación de Claudia Di Girolamo que, sin rastros de su registro televisivo, logra ser esa madre afligida, neurótica y patética. La misma que le dice todas las mañanas a su hijo "Levántate y triunfa", cuando debe ir al tedioso trabajo que nada tiene que ver con sus inquietudes de escritor. De hecho, él a veces hace de narrador de la historia, el joven bohemio que sale a fumar a la escalera, interpretado por un talentoso Héctor Morales, que fuera de escena es un alma llena de inquietudes. Adentro de las cuatro paredes está Laura, Adriana Stuven, que escucha música de la victrola del padre y cultiva unas figuras de cristal, pequeños animales que en este montaje son de la lujosa marca Swarovski, dando un interesante contraste a este mundo post depresión del 29.Adriana Stuven hace una Laura de fragilidad paralizante, la que motiva comentarios como: "¡Era tan tímida y sus manos temblaban tanto, que sus dedos no lograban tocar el teclado de la máquina! ¡Cuando hicimos un examen de velocidad... desfalleció por completo... empezó a dolerle el estómago y tuvimos que llevarla al lavabo! Después de eso, ya ni volvió".
En este horizonte sin luz hay solo una esperanza: que la hija se case con un buen partido; así es como aparece un cuarto personaje, Jim O'Connor (Matías Oviedo), compañero de trabajo de Tom y antiguo compañero de escuela de Laura, quien es visto como el pretendiente soñado. El día que viene a cenar, la madre reedita sus empalagosas maneras de anfitriona de clase alta, ansiosa porque se involucre con su hija, y sus vestidos aparatosos. La velada con Jim es el paso en falso antes del derrumbe. Prueba material de eso es que en diálogo íntimo entre Laura y Tom alrededor de las figuras, aflora que él está comprometido con otra mujer y de pasada daña la figura del unicornio, lo deja sin el cuerno, convertido en un caballo corriente. La ilusión se esfuma y a continuación Tom huye acompañado de los fantasmas de abandonar a su madre empobrecida y a su hermana tullida. La escenografía, a cargo de Daniela Fresard, logra crear este ambiente lúgubre, de un pasado esplendor. "El zoológico de cristal" es una obra parsimoniosa a la que no se le ha prestado suficiente atención, desde el punto de vista de la problemática de la mujer. Una madre, que recuerda los pretendientes del pasado y trabaja renovando suscripciones de folletines sentimentales para lectoras femeninas, la misma que dice con un arribismo de mal gusto: "Las muchachas que no han nacido para hacer una carrera terminan casándose con hombres excelentes".
Mujeres carenciadas, cuyos destinos dependen de un hombre, el hijo o el posible novio, para salir del agujero al que están destinadas. Figuras de cristal, estalactitas, encerradas tras unas jaulas para ser vistas y desvanecerse, como las figuras de nieve que hay en la ciudad.