El joven (n. 1976), pero ya mundialmente experimentado director de escena británico Walter Sutcliffe ha entregado su primera producción de "Rigoletto" en el Teatro Municipal de Santiago, previéndose que luego se presente en el Colón, y quizá en otros escenarios. La universalizada modalidad de la coproducción abre a nuestra principal casa de ópera posibilidades crecientes. Su propuesta sobria y oscura evoca los recovecos de la mente de un marginal como lo es el bufón, que aquí -apartándose de la didascalia prevista por Piave y Verdi, pero como uno entre numerosos detalles interesantes- se mofa de la maldición paterna del ultrajado Monterone, hasta que sufre sus trágicas consecuencias en carne propia. Los colores festivos y la disipación frívola del palacio ducal de Mantua están reemplazados por una ambientación contemporánea, ¿gangsteril?, según una opción que, con abundante descendencia, se remonta cuando menos a la entonces transgresora puesta de Jonathan Miller en la English National Opera, en 1982, que todavía circula por diversos escenarios mundiales. Pero Sutcliffe no imita, sino que entrega una versión propia.
Una régie bien desarrollada aborda con acierto ciertas "debilidades" heredadas por Piave de la pieza de V. Hugo o de los pocos remanentes de convención operática italiana en el Verdi de 1851. Es el caso de la despedida de los amantes que van a ser sorprendidos, pero se dan tiempo para un dúo de despedida, que queda bien resuelto. O, en la medida de lo posible, de la inverosímil tardanza de Rigoletto en advertir que ha sido vendado y todo el juego con la aquí inútil escala para raptar a Gilda. En el bar de Sparafucile, los cuatro protagonistas parecen estar juntos y a plena vista unos de otros, hasta que se comprende que los separa un muro invisible y las distancias y proximidades entre ellos son ilusorias. Y el duque ebrio en " La donna è mobile " explica que luego quiera dormir "un breve sueño", antes de consumar su conquista de Magdalena. Nótese que este duque, siguiendo a Hugo y borrando lo impuesto por la censura veneciana, no le pide a Sparafucile "una pieza" para dormir, sino derechamente... a su hermana.
La escenografía de Kaspar Glarner, de líneas simples, se apoya en móviles paneles rectos y cilíndricos cuya rotación y desplazamientos (sin crujidos ni percances) dan flexibilidad y continuidad al desarrollo de la trama. Es casi un protagonista más. La bien dosificada iluminación de Ricardo Castro brinda los necesarios contrastes con la oscuridad de la línea general. El vestuario (Glarner) se alinea con la visión contemporánea.
La siempre sólida dirección de Maximiano Valdés es de gran consideración con los cantantes, sin perjuicio de lo cual, entre muchos detalles orquestales notables, destaca el dúo final entre Rigoletto y Gilda, en el que las últimas gotas de la vida que se le escapa a la muchacha parecieran reflejarse en un delicado relieve de las cuerdas en pizzicato .
Vocalmente es un segundo elenco coherente, al que Sutcliffe le ha dado especial cuidado teatral. El enfoque de su Rigoletto por Fabián Veloz es intenso, incluso agresivo. Material poderoso, que incorpora a veces ciertos innecesarios toques de "verismo". La soprano argentina Jaquelina Livieri, de voz delicada y juvenil, algo tensa en el primer acto, fue de menos a más, con valiosos logros en los actos siguientes. El despliegue lírico le va bien; el canto de coloratura requiere aún más trabajo y soltura. El duque del tenor chileno Juan Pablo Dupré parece estar en desarrollo, con un potencial promisorio, que demanda quizá una mayor elaboración en la zona de pasaje hacia el agudo, para eliminar algunas resonancias inoportunamente "llorosas". El Sparafucile de Marcelo Otegui se mueve con confianza en el tercio grave y entregó con sonoridad el esperado Fa profundo que cierra su primera escena, mantenido con un vigor que le valió aplausos; forma convincente dupla vocal y dramática con la Magdalena de la contralto Francisca Muñoz. Un sabroso aporte a la régie es la Giovanna de Claudia Lepe, y Cristián Lorca fue un correcto Monterone, así como los comprimarios Cristián Moya (Marullo), Rony Ancavil (Borsa), Augusto de la Maza (Conde Ceprano), Pamela Flores (Condesa Ceprano) y Carolina Grammelstroff (Paje), así como el coro, todos ellos esmeradamente conducidos en lo musical y teatral.
Cabe legítima satisfacción: ¿cuántos otros teatros latinoamericanos pueden hoy presentar un segundo elenco en este homogéneo nivel?