Justo cuando se cumplieron 120 de amistad entre Chile y Japón cerró sus puertas el restaurante Kintaro. Fue un verdadero anticlímax que dejó a una gran cantidad de huérfanos de sus mesas. Entonces, como la idea es ayudar a estos pobres nostálgicos, se buscaron opciones cercanas. Primero fue el República Nikkei en Merced, donde la atención es buena, pero el té verde lo sirven con una rodaja de limón (?!), la sopa del ramen viene agridulce, como si le hubieran agregado un toque de un heterodoxo mirín (debatible, pero igual ??!!) y, en este caso, el sashimi de salmón venía en corte abanico, o sea, pegado en un extremo (MAL, ???!!!), aparte que los camarones contaban con aquella línea negra que es su in-tes-ti-no.
Servido y pagado.
Hubo que caminar unas cuadras por la misma calle Monjitas del Kintaro hasta Izakaya Yoko, un local que originalmente estuvo en Merced, siendo el segundo restaurante japonés en Santiago (el primero fue el Japón). Ya sin su chef fundador, quien cuenta con un local propio en Bellavista (el DonKame Yoko), sigue siendo un sitio fiel a lo nipón, que se llena a la hora de almuerzo debido a su variada colación o teishoku.
En esta ocasión fue casi pura felicidad. Unos tés verdes para acompañar y un par de nigiris de anguila ($3.500), servidos como se debe: con una bolita pequeña de arroz, no como lo hace tanto local ignorante (aprendan, por piedad). Al mismo tiempo, una tortilla de huevo agridulce con cebollín, una tamagoyaki ($3.550), y un sashimi surtido de doce cortes ($8.500), del tamaño adecuado para ser comidos de un puro bocado (aprendan, imberbes, que no debe ser en formato sábana, ni en forma de cubo. Hay tutoriales en YouTube, por si acaso).
Para seguir, un trozo de atún sellado (maguro tataki $9.800) servido sobre pepino cortado como fideo, y la única falla en esta experiencia: unos camarones tempura (ebi tendon $9.500) servidos sobre arroz, que no crujían al ser mordidos. Error. Esta técnica de fritura, que combina el calor del aceite y la frialdad de la mezcla de harina con agua con hielo, se despliega como una verdadera nube o flor (como para ponerse más nipones en el comentario). Fue el único momento en que el Kintaro reapareció en el lóbulo de la nostalgia. Aparte de lo probado en esta ocasión, se puede dar fe de que la sopa ramen y el sukiyaki, un maravilloso caldero con carne y verduras (y que sí es bien agridulce), se cocinan perfecto dentro de la oferta del Izakaya Yoko, que es un sitio sencillo en el que se respira permanentemente lo que debe ser un izakaya: un bar restaurante informal, bien atendido, hogareño, fiel.
Monjitas 296-A, 2 26321954.