Hace sesenta años, quien abría en Santiago un restorán francés tenía la vida asegurada. Y feliz. Con el paso del tiempo, cuando la fórmula se hizo común, se relajaron los cocineros y surgió la idea de que con un tarro de crema Nestlé se arreglaba cualquier cosa. Hoy, los restoranes franceses de calidad se cuentan con los dedos de una mano.Los restoranes peruanos corren el riesgo de repetir la historia, porque la cocina del Perú es tan buena y conoce en la actualidad tal período de gloria universal que hay muchos que piensan que, con sólo hacer ver que hay peruanidad por algún lado, no hay nada que temer. Pero lo hay.El restorán Olan está muy bien instalado, con una decoración discreta y agradable. Sólo tiene dificultades de estacionamiento, si se va de día. De noche, no hay problema. Y el servicio es correcto.
Pero...Nuestra entrada fue un anticucho de corazón ($4.300) bien relajado. Mucho, en verdad, porque aunque la carne estaba blanda, sabrosa, la "sarza" peruana que la acompañaba arruinó la papa dorada, bien hecha, que quedó empapada en el jugo. ¡Detalles, caramba, detalles: todo está en el detalle! Y el otro "entrante" (que le dicen) fue un tiradito de corvina ($7.300) que, cediendo quizá al gusto chileno o a la falta de prolijidad, llegó con los trozos de pescado prácticamente cocidos: la gracia del plato, por cierto, consiste en que el pescado crudo de los japoneses es mestizado con la salsa que le ponen los peruanos; pero de ahí a cocer el pescado...
No se podría decir que el plato estaba malo en términos absolutos; pero no era un buen tiradito. Uno de los fondos dio en el blanco: un tallarín con salsa de ají de mariscos ($8.900), es decir, especialmente de camarones. Muy bien lograda la salsa del ají, hecha con las cáscaras de los camarones hervidas, técnica muy fácil que rinde una salsa de estupendo sabor, casi como una "bisque", que es el mejor de los productos del camarón. El otro plato, un seco de cordero "patagón" ($7.900), traía una porción decente de un cordero blando y sabroso, con su arroz blanco, y un guiso de porotos en que había unos más blandos que otros. O sea, había algunos duros.
Ruina del gusto. No puede ser que se escape un detalle de este tamaño...De la adocenada lista de postres, elegimos un suspiro de limeña que, como ya es casi costumbre en Santiago, traía una gran cubierta de merengue sin oporto ni vino dulce ni nada. O sea, mal suspiro. Suspiro de pena. Y en cuanto al tiramisú, que es postre de la vida alegre italiana, resultó tan insípido que podría haber sido cualquier cosa; ni café ni chocolate ni licor suficientes. Balance: se salva por la campana. Hace agua por los detalles.
Av. Condell 200, 2 2223 9342.