Entre el fútbol y la literatura se han dado fructíferas relaciones; basta recordar a los argentinos Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, que aparte de ser hinchas acérrimos de un equipo practicaron e inmortalizaron en palabras el juego de la pelota. O a Albert Camus y Vladimir Nabokov, que aprendieron lecciones de vida jugando al arco. Y entre los vivos, una lista interminable de autores fanáticos del fútbol, empezando por el mexicano Juan Villoro, que ha llevado el tema a sus cuentos, crónicas y conferencias. No comparto esta "pasión de multitudes", pero hace unos años asistí por curiosidad a una de sus charlas en la Feria del Libro de Guadalajara. Lo acompañaban el periodista y editor chileno Francisco Mouat y el escritor argentino Eduardo Sacheri, dos hinchas a la altura de Villoro. Fue, definitivamente, lo mejor que vi en esa feria. Dos horas hablando de fútbol desde el corazón, con recuerdos de sus padres, de goles, de la primera vez que fueron al estadio, de las cábalas, de los triunfos y derrotas de sus equipos. Y de libros. Y muchos cuentos.
Los futboleros de internet reproducen una frase de Javier Marías que viene al caso: "El fútbol es la recuperación semanal de la infancia". Y realmente se divertían como niños esos tres hombres, haciendo reír y emocionando a un público que desbordaba la sala.
Como en la canción de Serrat, cumplidas las dos horas se acabó la fiesta, los libros volvieron a las estanterías y la pelota a la cancha. Sin embargo, los acercamientos han sido frecuentes. En Chile, por ejemplo, existe la colección "Yo soy de..." (Lolita), en la que conocidas figuras dan su testimonio de hinchas; también revistas digitales que publican cuentos de fútbol; o biografías de jugadores y técnicos, como la recién aparecida "Pizzi. Creer lo imposible", de Ediciones El Mercurio.
La pasión futbolística ha llegado a la página escrita y ha nutrido a hinchas y lectores, pero ¿habrá una manera de que la pasión de la lectura, con todos sus beneficios, llegue al mundo del fútbol? Una esperanzadora respuesta encontré hace unos días en las páginas de LUN: Por instrucción del técnico Luis Ceballos, los jóvenes de las divisiones sub 15 y sub 16 del club Naval de Talcahuano tienen una hora de lectura obligatoria en el bus que los traslada a otras ciudades. La decisión no fue arbitraria ni casual. El técnico y sus ayudantes están convencidos de que leer libros -en vez de estar chateando en sus celulares- mejora la concentración, los hace estar más atentos al juego y a las instrucciones en los entrenamientos. Aparte de los beneficios personales en expresión y comprensión. Ya hay varios que pasan de largo la hora de lectura y, según cuentan, los resultados se están viendo en el juego. Otros técnicos, además, están imitando el ejemplo.
Literatura y fútbol, dos pasiones que con buenas ideas, también pueden encontrarse en la cancha.