El espacio de la carretera ha motivado poderosas novelas y películas. Están los libros "En la carretera", de Jack Kerouac, y "La carretera", de Cormac McCarthy; la película "Carretera perdida", de David Lynch. Quizás porque es un "no lugar", según Marc Augé, un lugar de paso, donde se está expulsado del entramado urbano y de un núcleo de pertenencia. Allí es donde se sitúa la historia escrita por Sally Campusano; tres desconocidos se encuentran en una estrada alrededor de un auto amarillo abandonado y en marcha. Más que nombres, portan un concepto: "el hombre solo", que tuvo un intento de suicidio, "el hombre incapaz", que recibe una mala noticia de salud, y "la mujer perdida", que sufre porque no puede tener hijos. Han salido a caminar escapando de una crisis personal, hipnotizados por el trazado.
El automóvil amarillo funciona como un eficaz elemento actante: su color y el hecho de que esté en marcha con la radio prendida, empujan la trama. Este elemento extraño, hasta siniestro, nos mantiene alerta: ¿por qué se abandona un auto? ¿Por una desgracia o por un desperfecto técnico? ¿No será mejor llamar a la policía? Un auto en marcha es peligroso o bien ofrece un escape, como dijo la autora en una entrevista: "Quise escribir una obra que hablara del instante en que nos enfrentamos a la bifurcación, a la curva pronunciada, a la ruta desconocida.
Ese instante borroso en el que tomamos vuelo para saltar al acantilado". La obra, en cartelera en la Sala Antonio Varas, y que fue ganadora del III Concurso de Dramaturgia 2015 del Teatro Nacional Chileno, tiene un elenco integrado por Víctor Montero, Carolina Larenas y Juan José Acuña, bajo dirección de Marco Espinoza.La autora, Sally Campusano, residente en Francia, se suma a la oleada de dramaturgas en el teatro chileno. Ella se inició en el Teatro Niño Proletario para ahora seguir una escritura de modo independiente y este trabajo marca otra búsqueda. En esta oportunidad, la autora nos adentra, con un lenguaje altamente poético, sobre el hallazgo de un auto en el que se proyectan los miedos, las rupturas, los deseos de nuevos lazos.
Pronto sabemos que ellos han llegado hasta ahí caminando y huyendo de circunstancias vitales, otro tipo de accidente que no es automovilístico. En este punto, la dinámica del diálogo recuerda a "Esperando a Godot", de Samuel Beckett: esperar al dueño del auto tiene algo de esperar a ese ser improbable que es Godot. O bien recuerda algunas obras de Juan Radrigán, como "Informe para nadie", cuando dicen, por ejemplo: "Morir en medio de la nada, cayendo por un barranco es una manera más dramática de encontrar la muerte, al menos más poética". En el montaje de Marco Espinoza, director que se está abriendo un interesante camino con "¿Quién es Chile?", "Piaf", "Cómo aprendí a manejar", hay efectivamente un auto amarillo varado en el escenario y crea un ambiente onírico, algo de sueño y de pesadilla al estilo de Lynch, para dar inicio al encuentro casual entre dos extraños -dos hombres y luego una mujer- que conjeturan todo tipo de posibilidades. Despliegan sus mundos íntimos, atormentados por miedos que los han mantenidos paralizados pero con deseos de futuras resoluciones: "Ser el mensaje, no el medio".
Están en medio de un bosque desde donde emergen unos seres como astronautas amarillos, simbolizando el inconsciente.Es un texto que dan ganas de leer y degustar y que, de pronto, corre muy acelerado en la puesta en escena y algo interrumpido por esos seres que caminan hacia las butacas (me resultaron algo chirriantes para el tono del texto), pero se logra una atmósfera muy atractiva con una buena interpretación del trío de actores. También hay esperanza, se crea espacio para la utopía, otra forma de comunidad. Ella dice: "Dos hombres incapaces en medio de la nada, sin hacer nada, sin pelear a golpes como todos los hombres...". Si bien el auto es el obstáculo en la fuga que han emprendido, también es la entidad externa que los obligará a superar su desidia: "No puedo irme, ya soy parte de la historia, y aunque no sea el artífice de la acción, deseo conocer el final".
Los personajes han decidido no quedarse en la vera, acelerar por la carretera y vulnerar la ruta.Final que a su vez ofrece una señal: los nuevos rumbos que toma el Teatro Nacional, dirigido por Ramón Griffero, y que abre la temporada con una dramaturgia de excelente calidad.