En dos oportunidades, el narrador cuenta una historia en que a la edad de 23 años renuncia a su trabajo en una corredora de seguros para escribir una novela que ya tenía concebida de manera bastante acabada en su cabeza. Sin embargo, cuando se enfrenta a la tarea de escribirla, la novela se disuelve y nunca es escrita. Davidson se ríe de su vocación literaria frustrada. Con todo, después de terminar de leer Usted está muy mal no sería antojadizo pensar que este libro es precisamente esa novela no escrita, presentada bajo la forma de un conjunto de crónicas o de ensayos breves y aparentemente deshilvanados, así como se escriben novelas epistolares, en la forma de un diario de vida o, más contemporáneamente, por medio de intercambio de correos electrónicos o de WhatsApp. Así, aunque algunos de los textos puedan haberse originado de modo individual, el libro goza de una notable unidad de estilo, tono e intencionalidad, y su género es escurridizo, porque, en efecto, hay ensayo, al estilo de Charles Lamb, por ejemplo; crónica, memoria y diario de viaje.
El narrador -que coincide verosímilmente con el autor- es un inglés cuarentón casado con chilena, con familia chilena y residente en Chile, pero su punto de vista es siempre el de un inglés, muy consciente de su idiosincrasia cultural, empeñado en salir de su perplejidad e intentar comprender a un pueblo que, al contrario del mito, se parece tan poco al suyo. El ejercicio de detectar algunos rasgos de nuestra identidad cultural -que está aquí presente- Davidson lo había intentado de modo exitoso en un libro anterior, The Chilean way , y vuelve sobre él guiado otra vez por el mismo espíritu suavemente burlón, irónico y divertido. Los tanteos de Davidson no tienen nada que ver con esas serias elucubraciones que obsesionaron a latinoamericanos y chilenos en la segunda mitad del siglo pasado cuando buscaban con desespero definir una "identidad nacional" y así defenderse del neocolonialismo norteamericano o, décadas después, de la marea globalizadora. Davidson elude las generalizaciones pomposas y rápidamente salta al ejemplo concreto y familiar en cuya derivaciones asoma la risueña y amable ponzoña que tragamos sin tiritones porque está desprovista de todo encono o amargura.
Una lectura interesante del libro es concebirlo como el relato de aprendizaje de un inglés que debe encontrar la sabiduría indispensable e inasible para vivir en Chile y convivir con nuestros connacionales. Así, el libro progresa desde la narración de la infancia y juventud en Inglaterra, con una deliciosa presentación de su familia a través de ingeniosas pinceladas, hasta su perplejo aterrizaje en Chile, la formación de su familia chilena y su lidiar con nuestro carácter que es desnudado de manera despiadada -si le damos algunas vueltas en la cabeza- aunque con oblicuidad a la vez maliciosa, encantadora y elegante. Esa es la historia. En ese aprendizaje desfilan ante el lector los rasgos personales y familiares que van aflorando, los personajes que lo han formado, su familia, su mujer y sus hijos, los gatos, los maestros (albañiles de la construcción, personajes que concentran una dosis importante de nuestro folkgeist ), los amigos chilenos, el campesino cerril que habitaría dentro de nosotros.
En este libro alcanza una cota sobresaliente el despliegue del humor que, por cierto, no se trata del humor chileno ni hispano, sino de ese humor inglés que Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en sus estupendas lecciones de literatura inglesa, detectaba en todas sus letras, excepto en Milton.
Para quien disfrute de ese tipo de humor, este libro es un regalo de punta a cabo. Davidson, que estudió literatura francesa e italiana y se ha desempeñado como traductor, ofrece al lector chileno la posibilidad única de ver aplicado el humor inglés en un perfecto castellano y, más aun, en un castellano de Chile y no en jerga de Madrid, referido a Chile como tema de fondo, lo cual le permite al autor hacer libérrimas digresiones y añadir numerosas historias que se descuelgan con naturalidad y gracia desde el árbol principal del relato.
Esta especie de humor -que podría tener algún parangón con el de Somerset Maugham, un escritor al parecer dilecto para el autor- es algo que acaece en la escritura, en la forma como esta aborda lo que quiere transmitir y no tanto en la anécdota misma que solo es un pretexto para introducir la mirada divertida. Es por eso que es inútil tratar de comentar mediante una perífrasis lo que Davidson sugiere, porque nada puede sustituir la lectura, el encuentro feliz con sus frases acuñadas de tal manera que no se pueden leer sin que simultáneamente se vaya dibujando una sonrisa interior para terminar muchas veces dándonos un zapatazo que nos golpea tan fuerte como lo sorpresivo que nos llega.
Si no lo lee, usted está muy mal.