La candidatura de Carolina Goic entra en reestructuración. Difícilmente prenderá si se presenta como el camino propio de la Democracia Cristiana. Su atractivo, en cambio, radica en ser la semilla de un futuro pacto de centroizquierda, distinto al de los últimos cuatro años, que, heredando lo mejor de la Concertación, demuestre también haber aprendido de sus errores, tarea que la Nueva Mayoría nunca acometió en un afán incomprensible de renegar enteramente de su obra.
¿Qué puede naturalmente rescatar Goic de la vertiente de la que es heredera? Su candidatura, más que otras, puede huir del lirismo testimonial de cambios estructurales, nuevos modelos y sociedad de derechos sociales nunca bien definidos, que sembró la Nueva Mayoría y cosecha el Frente Amplio, para, en cambio, comprometerse con resultados alcanzables y medibles en protección social y calidad de vida, privilegiando a los más desvalidos; metas que deberán ser sencillamente expuestas como resultados tangibles de unas pocas políticas públicas bien diseñadas y responsablemente financiadas. Goic puede mostrarse como la heredera de Aylwin, como una política pragmática, que es capaz de aunar voluntades conversando desde la convicción; de demostrar que la medida de lo posible no es renuncia, porque la gradualidad realista e incremental genera resultados estables y hace posible nuevos horizontes. Una épica política realista puede devolver confianza en la eficacia transformadora de la política. Ese tono, ese estilo, esa forma de ofrecerse y presentarse puede apelar a un segmento importante de quienes votaron a este gobierno, pero hoy no lo apoyan, al apreciar más desorden y ruido que resultados efectivos.
¿De qué debiera, en cambio, huir Goic de aquella forma de ser centroizquierda que fuera la Concertación? Ya hizo bien la primera de esas tareas, al pedir perdón por las oscuras relaciones que se instalaron entre el dinero y la política y el encierro de esta en sí misma. Su compromiso social también puede enfrentar la segunda gran deuda, retomando las banderas de una mayor solidaridad social, que se traduzca en más igualdad en educación, salud y seguridad social, promesas que, a mi juicio, otorgaron la fuerza popular que exhibió este gobierno en sus comienzos y que se fueron desvaneciendo en la medida que esa agenda fue desordenándose, tironeada por grupos de interés que no son los más necesitados y por una tendencia a preferir los testimonios a los resultados.
A Goic le entró un aire nuevo con el apoyo de un puñado de quienes trabajaron en la candidatura de Lagos. Comprender esa simpatía puede ser la clave de su despegue. ¿Qué vinieron a buscar ellos al acercarse a una candidata que marca el 3% en las encuestas? Ciertamente, ni cargos ni sumarse a una marea triunfadora. Es probable que ese grupo vea en su candidatura el germen de una centroizquierda distinta a la de la Nueva Mayoría. Esa idea puede arrastrar una adhesión popular significativa.
Si Carolina Goic se desembaraza de ser la candidata de un solo partido y lidera los comienzos de una fuerza tranquila de centroizquierda, de promesas responsables, comprometida con los más pobres y necesariamente con el crecimiento, es probable que saque un número apreciable de votos y, aunque no pasara a la segunda vuelta, obligaría a los partidos y fuerzas que han apoyado a Guillier a sintonizar con esa forma de hacer política.
No se trata de ponerse nostálgico a intentar revivir una concertación desaparecida. Pero se hace necesario reconocer que la forma en que la Nueva Mayoría intentó reconvertir lo que fue esa enorme fuerza social y política ya no alcanzó el éxito. Intentar otra reconversión de esa centroizquierda es el desafío de la candidatura de Goic y en ello puede poner y radicar su esperanza.
La candidata no dejará de ser democratacristiana, pero para crecer, su relato debe trascender el mero hecho de ser la abanderada de la Democracia Cristiana.