El celular nos permite sentir que estamos conectados con aquellos que queremos, no importa a cuántos kilómetros se encuentren e interactuar con ellos en cualquier momento. La alta disponibilidad para poder comunicarnos con quienes tenemos vínculos significativos puede llevarnos a ser muy dependientes del celular y esclavos del teléfono. A veces no se presta atención suficiente a las personas que se tiene cerca porque se está alerta al sonido que nos avisa que llegó un mensaje, un correo o bien porque suena el teléfono. Si a esto sumamos la multifunción de los celulares actuales, que permite a un niño jugar a cazar pokemones, escuchar música, obtener información para resolver problemas y el acceso a cada vez más juegos, no es de extrañar que los celulares sean sentidos por los niños, los adolescentes y los adultos como una gran compañía.
Un estudio húngaro liderado por Verónica Konok describió un "efecto de apego al celular" semejante al que se describe con objetos transicionales de apego, como peluches o frazaditas que usan los preescolares. Las personas que presentan este comportamiento buscan estar próximos a su celular, experimentan ansiedad si están desconectados y se tranquilizan cuando pueden volver a usarlo.
No son pocas las personas que lo primero que hacen en la mañana es revisar sus mensajes y que también es lo último que hacen antes de dormir. Uno de los temas más complejos con los adolescentes es el que no es aconsejable que duerman con el celular, porque muchas veces continúan conectados hasta tarde en la noche, alterando de esa manera sus ritmos de sueños, durmiendo menos horas de las que su cerebro necesita para madurar y recuperarse del desgaste diario.
Incluso existe una patología descrita para la ansiedad de andar sin celular: la nomofobia, se trata de un miedo incontrolable a salir de la casa sin celular. Mientras más temprano tengan los niños acceso al celular y menos limitaciones se les ponga para su uso, más probable es que desarrollen una conducta de dependencia patológica del celular y otros medios de comunicación. El problema no reside sólo en la adicción que produce, sino que en el desinterés que los niños pueden tener por la interacción cara a cara.