Esto es casi una "contradictio in terminis": una picá es espontánea por todas partes: por parte de quien la regenta, por parte de quienes comen. No se nace con la intención de ser picá, o "para picá". Picá se deviene. Voilà. Y pare la filosofía.
La picá del Peyo, que nació hace ya mucho tiempo, sin embargo, se ha convertido en una de las buenas picás santiaguinas que, por su éxito, se han institucionalizado como pocas, hasta el punto de que el local inicial, en Lo Encalada, ha crecido y crecido, comiéndose, como quien dice, por dentro la manzana en que está ubicada. El interior está hoy lleno de recovecos, salas, salones, rinconcitos. Pero, cosa muy laudable, tiene la gran cocina a la vista, lo que siempre es seguridad para el comensal y entretención, "tamién".
Partimos con un buen ajiaco Peyo (era noche más bien fría), que nos pareció bien aliñado, en un lebrillo grande de greda, en cantidad suficiente para calefaccionar viejos ateridos. Le observaríamos, eso sí, que un plato tan sencillo como éste y con tan buena base, requiere de un mínimo de cuidado y atención para alcanzar la gloria: el huevo entero no debe venir prácticamente duro, flotando en el caldo, sino pochado diestramente; y la carne debe estar toda picada del mismo porte, no vaya a ser (hay tanta gente tan mal pensá) que alguien elucubre que se trata de trozos sobrantes de otras preparaciones.
Pedimos también un pastel de choclo que llegó en un lebrillo grande (aquí no hay porciones mezquinas), bien calientito, con su choclo adecuadamente molido, con carne de vaca y de pollo, bien sazonado y con su cubierta azucarada como Dios manda ($5.750). En realidad, nada que criticar, salvo que como tienen que calentarlo en el momento, suele tomarse un buen rato y demora el pedido: adviértanle al comensal, para que no se impaciente.
Lo que es una perfecta gloria, de ésas que vuelven memorable un lugar y hacen necesario volver, es el plato de "brazuelos" (curioso nombre, de resonancias muy castizas) de cordero: se trata del antebrazo de la bestia, que se estofa y luego se pasa por el horno, con su propio jugo reducido hasta quedar de gritar de bueno. En este caso venía con un toque, magistralmente dosificado, de romero, hierba que tradicionalmente acompaña al cordero. A $7.350, es una de las mayores gangas de la plaza. Blando, sabroso, cayéndose con espontaneidad y gracia del hueso.
La atención en Don Peyo es bastante rápida, considerando que está siempre lleno de gente. Y, de postre, pedimos una leche asada, que es siempre la prueba de fuego en materia de postres: ay, la nuestra, que nos pareció, a la vista, ideal (no venía llena de hoyitos, señal clara de haber hervido pecaminosamente en el horno), tenía una consistencia del todo impropia: se pregunta uno qué espesante le habrán puesto.
Lo Encalada 465, Ñuñoa. 2 2274 0764.