Hace treinta años el único lugar que servía comida coreana en Santiago se ubicaba en Santa Rosa, al lado de una funeraria. Hoy el panorama es otro. Cada vez es más fácil encontrar lugares donde sirvan esta gastronomía intensa y sana a más no poder, la que se ha liberado del estigma aquel de ser demasiado picante o hasta pestilente (pero qué lesera más grande).
La verdad es que, ayudada por factores ajenos a su sabor, como lo es la música k-pop o las teleseries (doramas), sin olvidar un cine que ha redefinido el concepto del drama, ha encontrado entre los jóvenes (ay, el viejazo) una legión de seguidores. Y dentro de la gama de las picadas, siempre cumplidor se encuentra el incombustible Sukine de Patronato. Mesas sencillas en un amplio espacio que casi siempre está lleno al almuerzo. Precios convenientes y fruta fresca gratis de postre. Servilleteros llenos, realmente útiles cuando la nariz resiente el exceso de picante (el que es una opción en algunos platos, ojo). Todo está dispuesto para comenzar.
Hay más de una preparación del tipo hágalo usted mismo, con una hornilla en medio de la mesa, pero eso ya es para avezados u osados. Mejor con calma. Y para empezar, dos preparaciones sencillas. Primero, una tortilla muy planita con variedad de vegetales, de un sabor semejante al del panqueque occidental, la payeon ($5.000), acompañada de una salsa aguada con un toque a vinagre. Uno de esos amores a primer bocado, cero picante para el temeroso. O, ya derechamente en materia, pero con una intensidad que tampoco es la mayor, un plato que es el rey de las calles de Seúl: el tokbokki. Se trata de gruesas masas tubulares de arroz que nadan en una salsa que combina pasta de soya picante y un toque de pescado seco, junto a trozos de un crêpe -por ponerle nombre- de pescado, con cebollín y huevo duro. Lejos mejor que unas sopaipillas con mostaza, obvio.
De fondos, el plato más clásico de la culinaria coreana: bi bim bap ($5.500), un bol con mucho arroz coronado con verduritas varias en corte fino, algo de carne, con un huevo frito coronando, y la correspondiente pasta de soya picante, gochujang, al costado. En este caso se pidió dolsot, la variante que viene en un cuenco caliente, por lo que el arroz se va tostando más al fondo. La perfección en la sencillez, aunque cueste terminárselo después de los platos previos y del banchán, esos pocillos con diversas comidas -hojas de alga, tofu marinado, kimchi de nabo- que reemplazan a la panera.
Como corolario, algo que se anunciaba como disponible con carteles en el local: sopa de pato ($7.000), un caldo espeso, picante (ya, si también hay que entregarse), con la oscura carne del plumífero en tiritas varias llenando el plato.
Que la cocina es parte fundamental de una cultura se prueba en Sukine. Aunque pique a veces.
Antonia López de Bello 244, Bellavista. 2 2735 8693.