Con la muy bienvenida cantidad de restoranes peruanos que hay entre nosotros, uno ya puede comenzar a discernir y discriminar. Sobre todo, habiendo ya conocido a excelentes chefs peruanos, puede advertir su presencia en diversos lugares (la movilidad de los chefs hoy día es harto notable, a diferencia de lo que ocurría hace 20 o 30 años).
En este caso, fuimos a El cántaro de oro, un restorán grande que, por su tamaño, podría alimentar sospechas en cuanto a calidad (ocupa el lugar que anteriormente tuvo un restorán chino, cuya calidad, precisamente, sufrió las consecuencias del tamaño...). Sin embargo, este nos pareció tan notable que preguntamos quién era el chef, y nos respondieron que Óscar Gómez, cuya buena mano ya conocíamos por otro restorán, excelente, donde trabajó en Américo Vespucio hace algunos años.
El "itinerario" partió con unas notables empanaditas fritas, cuatro de lomo saltado y cuatro de cebiche ($4.150 cada lote): una masa perfecta, perfectamente frita, perfectamente seca, y con un relleno excelente en cada caso. Estupenda partida.
Que fue seguida, después de tener, ay, que echar pie atrás ("porque se nos acabó") en dos platos de fondo, por un seco de asado de tira ($8.200): la carne blandísima y sabrosa, con sus contornos de porotos bien guisados, arroz blanco y sarza criolla. Realmente un plato bien logrado y abundante, a un precio sumamente razonable.
El otro fondo fue una corvina al ajillo ($8.900) que venía con una salsa de mariscos abundantes y un "risotto" de quínoa, o "quinoto", como se ha dado en llamarlo (sin tomar en cuenta que hay una fruta de ese nombre). Aquí la corvina no nos pareció todo "al ajillo" que hubiera sido de desear, y la verdad es que el "quinoto" no resultó, aunque estaba muy bueno, el acompañamiento ideal para el pescado: un auténtico risotto hubiera combinado mejor y, vista la calidad de su sustituto con quínoa, calculamos que hubiera sido delicioso.
La carta incorpora algunos recuerdos del pasado chinesco de este lugar, además de los propios de la cocina limeña: hay diversos menús para 2 y más personas, y wantanes y otras "chinoiseries". Pero lo propiamente peruano salió de nuevo a relucir en los dos excelentes postres que probamos. Uno fue la crema volteada ($2.600), de las mejores que hemos comido en esta plaza, en una gran porción, y el otro, un plato de 5 grandes picarones limeños con salsa de higo (también $2.600): estos fueron también perfectos, crujientitos por fuera, como se pide, muy bien fritos y secos, de gran tamaño, con un almíbar de higo cuyo sabor es una de las claves de este magnífico postre (en otras ocasiones, se aromatiza la chancaca con una hoja de higuera).
La carta de vinos, apropiada. Servicio rápido, amable. Ojalá anunciaran en el menú qué platos no hay disponibles (una hojita bastaría).
Independencia 1852, 2 2737 7773.