Si bien es cierto que gente de otros países llega al nuestro, esto no se traduce necesariamente en el arribo de su gastronomía. No hay que olvidar que durante años la mismísima culinaria peruana no contaba, por ejemplo, con algunos insumos como la yuca o el olluco, entre otros. Lo mismo ocurre con otros recetarios foráneos, los que quedan cojos con la lejanía de sus mercados. O que, derechamente, no se encumbran en la categoría de aquella picada que ayuda a no olvidar. Y ese no es el caso de Patacón, en calle Rancagua. En este caso se trata de un restaurante hecho y derecho, con detalles tan cuidados como un jugo de tomate de árbol o un café servido con parsimonia y especificando su denominación de origen. Si hasta la mentita que llega con el vuelto es ecuatoriana. Se pasaron, la verdad. Se nota la camiseta bien puesta y la misión de exhibir los sabores patrios diferenciándose del panorama bolivariano. Es decir, para quien crea que entre venezolano, ecuatoriano y colombiano no hay diferencias, he aquí la evidencia de lo contrario.
Para empezar, unos llapingachos ($4.500), un par de tortitas de papa rellenas con queso, coronadas con huevos de codorniz fritos, salsa de maní y unos choricillos de comparsa. También una sabrosa mezcla de plátano maduro con carne de jaiba -carapacho relleno, $6.800, de vicio-, entre otras entradas como mote sucio y papas María, salteadas con chicharrón.
Para seguir con la embajada del sabor, un hornado con mote, lo que se traduce en un chancho macerado en chicha de jora que se desarma solo, acompañado de mote de maíz (algo fomeque de sabor, hay que decirlo, para quien no tiene la costumbre), con una tortilla de papa y una pequeña ensalada de tomate con cebolla morada ($7.500). Más de la costa, un encocado de pescado ($8.500), hecho a la plancha con salsa de coco, coronando un bloque de plátano verde molido que resulta tan difícil de resistir como de terminar ($8.500). Y, ya más clásico, un cebiche de camarón ($8.800), macerado en jugo de tomate y limón, con cebolla morada y cilantro, acompañado con chifles de plátano y cabritas. Para quien lo compare con el peruano, hay que decir que es una injusticia: es una preparación que brilla con sabor propio. Y para rematar un locro de papa ($4.600), una sopa espesa y de molienda rústica, con queso y palta, uno de esos platos que seducen desde su sencillez. También hay postres ecuatorianos y un acápite dedicado a un desayuno muy propio, una buena opción para olvidarse algún día del rutinario tecito con pan con palta. En fin. Un verdadero ejemplo que debieran seguir los señores de Prochile. Porque esta es diplomacia de la buena, la con argumentos comestibles.
Rancagua 032, 9 7513 4045.