Después de años, por no decir décadas ni tampoco hablar del paso de un siglo de otro, hay que constatarlo: las de este lugar deben de ser de las mejores hamburguesas imaginables. Después de haber sido torturado con toda la variedad imaginable de trupanes con sabor a vaca, engañado con promesas de grillado, envenenado con quién sabe qué cantidad de remedios no solicitados, el corazón de estos sándwiches ofrece un gusto que parecía perdido: son lo que ofrecen. Y como los señores de Streat Burger saben lo que tienen, lo hacen a punto, sin liquidar su materia prima con una sobrecocción que escondería hasta lo básico, el sabor de la carne molida.
En fin y, por lo mismo, sería un buen ejercicio traer a la prole para que prueben algo que se acerca más al disfrute que al mero acto de alimentarse. Aunque, ojo, el amplio espacio para comer -al aire libre- es apto para fumadores, por lo que se presenta un dilema moral. Tampoco nadie dijo que esto iba a ser sencillo.
Ahora, tras tanto blablá, vaya la descripción. Se trata de un autoservicio, donde se pide alguna de las mentadas hamburguesas de una breve carta. Hay cerveza, espumante y Aperol spritz, aparte de una limonada con sauco bien refrescante (se ofreció con azúcar o endulzante, bien. A $2.000). Cuidado que la bebida diet (oh, cinismo) que llegó no estaba bien fría. Una vez hecho el pedido, te entregan una suerte de control remoto vintage que anuncia, con unas luces onda disco (pero sin Gloria Gaynor), que el pedido está listo y que hay que ir a buscarlo.
Las hamburguesas no son grandes (a un guatón le parecería un canapé), pero la verdad es que calman el hambre si se es más ponderado (a no desesperarse gordit@s seguidores del método Grez: también las hay dobles). Además se evita esa deformación que es comer un sándwich con cubiertos, algo que atenta contra el espíritu original de este invento. En esta ocasión se despacharon una Classic (con queso, lechuga y tomate, a $4.800) y una Red, con queso, tocino crujiente y una suerte de chutney de ají muy sabrosito.
De acompañamiento unas dignas papas fritas en corte fonolita (las chicas a $1.000) y de postre un brownie tibio con helado de vainilla, salsa de manjar y láminas de almendra. Simple, sabroso y bien hecho ($2.300).
En general, una muy feliz experiencia en tono informal. Eso sí, ojo con la limpieza de los baños, porque todo lo demás resultó de pelos. Isidora Goyenechea 3199.