Esta experiencia partió a un par de locales del comentado, en Pan Mostacho (Bilbao 2841). Allí abundan los panes con nombres graciosos y sabores grandiosos (hay uno de zapallo y miel alucinante), pero como estaría mal visto irse mordiendo la baguette por la calle (igual no más), se aterrizó en la sanguchería peruana Donde el criollo.
Se trata de un local bien montado, limpio y ventilado, con su pantalla de televisión y una pizarra que proclama su vocación cervecera aparte del tema comida. La atención fue atenta, pero ya ver que solo dos personas hacían TODO -hacer los jugos, cobrar, cocinar, etc.- hacía presagiar parte de lo que vendría. Y aquí la culpa es de quien no dio el afrecho, citando el refrán aquel.
De entrada, unos camotes fritos en rodajas, aceitosos y blandengues. Gomosos ($1.700). Y unas papas Huayrotan, pero tan fritas que eran toda fritura y casi cero papa, transformada esta en una barrita crujiente con sabor a aceite ($1.900). No había unos bolillos de lentejas que parecían interesantes, pero no había no más.
Luego de una espera harto más que prudente (mientras tanto llegaba el pedido a otra mesa que había llegado después, y éramos los únicos al comienzo), dos sándwiches. Una hamburguesa Desubicada ($6.800) que se pidió tres cuartos y llegó muy cocida. ¿Cómo lograr que la carne molida quede igual que sin moler? Aquí tienen la respuesta. Y venía esta con unas lonjas de tocino que apenas habían pasado por la plancha (en el estilo gomoso del lugar, parece). Acompañaba la combinación una triste hoja de lechuga, un suspiro de tomate y un huevo frito con la yema cocida.
El otro sándwich era un clásico de la tradición peruana: el de chicharrón ($6.100), en el que la combinación del chancho con la sarza criolla (cebolla en pluma alimonada) chocan y se complementan. Bueno, los trozos de chicharrón venían en bastones y secos, junto a rodajas del ya característico camote del lugar.
Para terminar, se preguntó por el postre del día, pero ese día no había postre.
Un mal día.
Bilbao 2839. Fono 2 32207372.