Como es de los pocos restoranes santiaguinos que ofrecen comida chilena (no comida "huasa") de calidad, nos pareció que valía la pena visitarlo, luego de un lapso de varios años. Y La copa feliz nos produjo esta vez la sensación de una copa medio vacía. O, para decirlo más optimistamente, "a medio llenar".
Uno de los puntos débiles que ojalá refuercen es el del servicio. Al momento de llegar éramos los únicos comensales: las entradas nos llegaron a los 10 minutos de pedidas, lo cual está bien. Pero luego fue necesario empezar a levantar la voz más de lo conveniente para atraer la atención del venezolano que nos atendió, quien estaba dedicado a otras labores y desviaba cuidadosamente la vista cada vez que lo necesitábamos.
Este restorán se cuida de presentar unos platos con atinada medida de innovación, que en esta ocasión pecaron por exceso de refinamiento. Cosa que es perfectamente posible. Por ejemplo, nuestra entrada de causeo de patas ($3.800) traía estas picadas tan finamente que no se advertían en el conjunto, integrado también (he ahí la novedad) por cochayuyo. Buen plato, pero no era causeo de patas. Ahora, el cochayuyo que abundó donde no se lo esperaba, escaseó en el pebre de cochayuyo que acompañaba a la entrada de locos ($12.800), que traía también unas pocas papas con mayonesa que, como nos ha tocado las últimas veces que hemos comido ahí, estaban insuficientemente cocidas. El poquito de pebre de cochayuyo tenía también almendras, mezcla que se ha venido haciendo común y que es muy bienvenida.
Como decíamos, se agradecen aquí las novedades. Pero, además de serlo, deben ser también bien logradas. En los ostiones al pil-pil ($7.800) que nos trajeron, aparte de que estos eran minúsculos (como botones de camisa), la mezcla incluía jamón serrano y aceitunas, todo picado. Como es de suponerse, mariscos tan ínfimos no resisten la presencia de compañeros de sabor tan fuerte; el problema se solucionó agregando al plato caldo de choritos, que sí son poderosos, y mucho. Resultado: mezcla heteróclita y confusa, de sabores indefinidos y, al cabo, poco satisfactorios.
En cambio, cuando aquí se atienen a lo sencillo, lo hacen bien, y aún muy bien. Así estuvo el costillar de chancho ($10.800) con "parmentier" (o sea, puré de papas) y una cebollita estofada. Un costillar magnífico, como pocos. Y lo mismo el trozo de lomo vetado a la plancha con puré de papas ($9.600).
Este lugar es conocido por sus buenos postres chilenos. Esta vez no nos defraudó la excelente leche nevada ($3.800) y del otro postre, unas papayas rellenas con parfait de chirimoya y salsa de naranja ($3.860), habrá que decir que no fue tan bueno: más complicado, más riesgos...
Balance: si se atiene uno a lo chileno y directo, muy bueno; pero hay líneas chuecas que enderezar. ¡Servicio!...
Av. Echeñique 6315, La Reina. 2 2226 2400.