Esta pregunta, que legítimamente se hacen muchos padres y educadores ante el aumento de la violencia en los niños, lamentablemente parece tener una respuesta afirmativa. Un preocupante estudio realizado por Konrath, O'Brien y Hsing, investigadores de la Universidad de Michigan, entre los años 1979 y 2009 en 14.000 estudiantes, termina por concluir que los jóvenes actuales son un 40 por ciento menos empáticos que en décadas anteriores. Los autores de la investigación lo atribuyen al efecto de las redes sociales en la convivencia, y por ende, en la empatía.
Sin duda, la disminución del contacto visual entre las personas afecta la sensibilidad de los niños a las emociones de los otros. Estar atento y resonar con los sentimientos de quienes nos rodean, es un factor clave en la empatía. Esta disminución se atribuye al uso excesivo de pantallas, lo cual tiene fundamentos. Actualmente niños, adolescentes y adultos suelen estar tan absortos en los aparatos, que no prestan suficiente atención a las claves no verbales de la comunicación.
La falta de sensibilidad conduce a disociar la conducta de los sentimientos y puede llevar a comportamientos que no solo resultan muy dañinos para otros, sino también para sí mismos. Un niño que desarrolla una actitud poco empática se transforma en alguien poco querible para los otros, porque puede herir con frecuencia a los que conviven con él, aun sin proponérselo.
El daño a sí mismo se produce porque la desconexión emocional empobrece su propio mundo emocional. Una persona poco empática se pierde las claves sutiles de la comunicación, por lo que no logra sintonizarse ni tener cercanía emocional con las personas que lo rodean.
Conductas tan simples como mirar a los ojos a los niños cuando hablan y expresarles verbalmente que hemos entendido su mensaje, reflejando sus sentimientos, son excelentes herramientas para desarrollar la empatía por modelo. Recuperar los antiguos juegos infantiles en los que había un mayor intercambio social puede también favorecer el desarrollo de la empatía, en la medida que al jugar circulan emociones compartidas. Por ejemplo, cuando juegan a las escondidas o la carrera de los ensacados, o simplemente, a las adivinanzas, en un ambiente emocionalmente seguro y gratificante que propicia la cercanía afectiva.
Según un estudio, los jóvenes actuales son un 40 por ciento menos empáticos que en décadas anteriores.