Este restorán se presta para el juego de palabras: "Saint-Tropez", "Santo Pez". Porque se trata, en el fondo, del Club House de Marbella, abierto al público, al mando de Eduardo Danemann, que lleva allí algunos años. Y es que, dándose vueltas uno por el interior de Marbella, se da cuenta de que tiene algo de mediterráneo, de "saint-tropeziano", dado por el estilo de sus casas, por las lindas vistas de una costa llena de edificios blancos, y por el aspecto pintoresco y cada vez más urbano de sus playas. De hecho, la vista del comedor del restorán es espectacular, para ser disfrutada de día: se abre desde Maitencillo hasta Cachagua, allá a lo lejos. Una vista que, hasta ahora, es única en Chile: ya se irá "reñaquizando" con el tiempo y perderá su encanto.
La carta, como suele ser en
club houses, es bastante breve y la lista de vinos, muy razonable en extensión, y a buenos precios. La cocina tiene cierto refinamiento en su misma sencillez: no hay grandes novedades (¿quién las quiere?). O sea, agradable yantar, que conserva algunas buenas tradiciones, como la de las empanadas de mariscos; no las empanadas de queso con adición de mariscos, sino de pino de mariscos, que fueron las que conocimos en Chile hasta hace unos pocos años. Y las pedimos, y fueron buenas (y además pedimos las otras, las con queso, menos buenas).
Luego de este introito, nos fuimos a los pescados (hay solo dos ofertas de carne; nada que reprochar). Catamos un Atún soberbio ($10.800) muy presentable: sellado a punto y empanizado con pistachos y cascaronas semillas de cilantro, hubiera quedado mejor sin estas, que se muelen y dejan sus cascaritas entre los dientes. Defecto de concepción. Venía en estado yacente sobre unas papas a la huancaína, cosa desacostumbrada, pero nada mala. Traía también una poco elocuente minucia de guacamole con melón: en realidad, picadillo de palta, tomate y fruta. Ahora, la huancaína nos pareció demasiado lisa: la auténtica es un poco más gruesecita, por las galletas que lleva, y un poco más picante. Pero, en fin...
Los canelones con salsa tres quesos y relleno de centolla estuvieron, dentro de lo convencional del plato, de lo más bien ($10.500). Claro que comer centolla en esa forma es lo mismo que no comerla: la centolla, solo fresquísima, recién cocida y sin ni sal siquiera. Si hubiera sido jaiba, habrían sido quizá más sabrosos los canelones.
Los canelones ilustran muy bien el estilo del restorán, que complace sin sobresaltos. Y los postres, muy buenos. "All is well that ends well", dicen los ingleses: "bien está todo lo que termina bien". Un rico tiramisú, un perfecto flan de vainilla y un buen pie de limón. Atención amable y rápida. Estacionamiento al lado. Agradable lugar, bien puesto (servilletas de género, albricias...). Hay sándwiches también.
Al interior de Marbella, en la ruta a Maitencillo y Cachagua.