La Presidenta, en entrevista al diario español El Mundo, acaba de hacer un balance de su Gobierno. Dos afirmaciones son de interés para la campaña presidencial que se inicia.
La primera: "Hay sectores que todavía no logran aquilatar que Chile ha cambiado, (...) y quisieran como esperar a que termine este gobierno y dar vuelta la hoja hacia atrás". La Presidenta tiene razón en esta afirmación. No tenemos un diagnóstico consensuado, una claridad compartida acerca de cómo Chile ha cambiado. ¿Qué nos pasó para que las instituciones hayan caído vertiginosamente en el descrédito y sea tan difícil hacer gobierno?
Grosso modo compiten dos diagnósticos: Uno sostiene que atravesamos una crisis inseparable al vertiginoso proceso de crecimiento y modernización de las últimas tres décadas. Este nos ha arraigado la creencia de que las vidas personales y la de la sociedad dependen de la voluntad personal y colectiva y no ya de la tradición, de Dios, el azar o de una élite que las guía. Las personas, ahora más autónomas y confiadas en sí mismas han descubierto hasta qué punto su esfuerzo personal les ha permitido salir de la pobreza; se han hecho más exigentes y reclaman del Estado y de la política un desempeño eficaz y probo, que estas no muestran. Esperan del Estado mejores servicios y más seguridades. La causa del descrédito de las instituciones está en que estas no están a la altura de las expectativas. A partir de este diagnóstico, el desafío estaría en persistir en el mercado. Pero para que ese mercado sea capaz de unir y satisfacer debe necesariamente ser regido por reglas jurídicas justas, predecibles y eficaces. Es en esto que el Estado falla y el deber político es modernizarlo, para que las instituciones sean capaces de garantizar una competencia justa y una cancha pareja de oportunidades. Eso devolverá la confianza perdida.
Otro fue el diagnóstico de la Nueva Mayoría. Ella creyó ver una grieta en la sociedad, una crisis del modelo. Por ello se ha empeñado, sin mayor éxito, en sustituirlo por otro, en el que el Estado, la política, el colectivo ciudadano provea los servicios básicos, entendidos como derechos sociales universales. En esta visión, el engrudo social no está en el intercambio justo que nos hace depender los unos de los otros, sino en algunas expresiones de solidaridad ciudadana que estarían latentes entre nosotros.
Tal vez no sea sino la versión local de la vieja disputa entre los que están por diseñar el orden social suponiendo egoísmo o atribuyendo altruismo al alma humana. Ambos, sin embargo, tienen el desafío de responder cómo modernizarán el Estado: Ya sea que prometa que éste va a domeñar los abusos del mercado y hacerlo más justo, ya sea que ofrezca reformas estructurales basadas en otras formas de solidaridad, el candidato que las haga tendrá que responder cómo modernizará el Estado para permitirle alcanzar tales objetivos, pues hasta ahora se muestra débil y abatido para enfrentar cualquiera de los dos desafíos.
Otras de las frases del balance presidencial fue: "Nos acusan de improvisaciones y errores que no son tales", agregando que las críticas "logran instalar las dudas en la mirada de los ciudadanos".Esta teoría conspirativa supone que la gente es torpe, que se deja engañar fácilmente por la manipulación malintencionada. Los demócratas no debiéramos menospreciar el juicio de la gente cuando nos es adverso. ¿Qué ha fallado? La repetida tesis de la mala gestión nos vuelve a la cuestión de un Estado que necesita más y mejor capacidad profesional.
Pero el rechazo al Gobierno también dice relación con una mala conducción política. Una política exitosa requiere hacer converger voluntades, especialmente de quienes ocupan cargos de elección popular. Entonces, para elegir candidato bien valdría preguntarse también cuál de ellos brinda mayores seguridades de mantener aglutinada fuerzas políticas mayoritarias en torno a un liderazgo que se mantenga convocante por cuatro años.