Ir a un restorán es una "experiencia", como le llaman, en que confluyen muchos factores. La comida que a uno le ponen por delante es sólo uno de ellos. Porque, a menos que sea por estricta necesidad (se mandó a cambiar eso que le llaman "nana", se incendió la casa), uno sale a comer porque quiere disfrutar de un placer general que introduzca alguna variedad en el decurso de los placeres domésticos...
Pero, de estos, quiere retener ciertos elementos que son, en realidad, indispensables a toda experiencia humana: sentirse acogido, rodeado de un ambiente proporcionado a lo humano, con comensales agradables y una conversación interesante y fluida, con instrumental limpio y agradable. En fin.
La época de los inmensos espacios como que ya está pasando. Fue una característica de la racionalidad. Pero con la posmodernidad, se ponen de moda aspectos de la vida previos a la abrumadora racionalidad que hoy llega a su perigeo. Por ejemplo, vuelve el gusto por los espacios pequeños (almacén de la esquina, barcito, un cafecito "monono") en que no hace falta que el servicio sea "personalizado" porque, simplemente, no hay otra forma de recibirlo.
Mestizo pertenece al género de restorán amplísimo en que uno es uno más entre ¿doscientos? comensales (contando amplias terrazas). Y su ambiente es tan "fresco" (o "frío", según la percepción y la estación) como un aeropuerto. No menor es el ruido prolongado por una arquitectura donde los ecos y retumbos se potencian mutuamente: mientras estuvimos ahí, una juguera o licuadora emprendía unos entusiastas, frecuentes y atronadores rugidos sin nada que protegiera al pobre comensal. Es entretenido ver el movimiento de la cocina abierta; pero no oír los alaridos del chef.
Ahora, lo que ahí se come está dentro de los niveles de calidad acostumbrados en las riberas mapochinas. Nos pareció pobre el pulpo a la grilla ($9.800) como entrada: el pulpo y una simple lechuga. Las gambas al merkén ($9.800), servidas en salsa de vino blanco, son para ser comidas con la mano; pero no le ofrecen a uno aguamanil ni nada para limpiarse los dedos. El salmón con verduras salteadas ($11.200), en punto de cocción correcta, aceitositas las verduras. Y del ragú de asado de tira con ñoquis ($11.400) nos pareció dulzón el asado de tira, y buenos los ñoquis, quesosos y con aceite trufado. Estos solos, sin el ragú, habrían sido perfectos. Los postres, en cambio, superaron en calidad todo lo anterior: rico el napoleón de mascarpone y "berries" ("frutos rojos", por favor. No asiutiquemos la comida; a $4.500), y muy buena la leche nevada ($4.500) con salsa de vainilla con Grand Marnier y un delicado sabor general a naranja.
El servicio que nos tocó esa noche, en que entraban y entraban producidas señoritas, fue algo desconcertado: pan y bebestibles llegaron tarde, nos atendieron como 4 garzones. Estacionamiento al costado (al frente es difícil).
Av. Bicentenario 4050, Vitacura. 9 74776093.