El momento de entrar a ver "Falsificadores del alma", en el Teatro del Puente, nos sugieren sentarnos en las sillas que rodean el escenario. Mi acompañante cambia el asiento y a los pocos segundos entendemos que sin querer hemos alterado la escenografía; uno de los actores se acerca algo desconcertado, pero luego nos susurra al oído: "Los actores se adaptarán". No es azar que nos hayamos confundido: este nuevo proyecto de Claudio Santana apuesta por esa relación difusa entre público e intérpretes.
La obra comienza con cánticos y un grupo de hombres ensayando un montaje. Al poco andar comprendemos que se trata de unos actores que, tras regresar del exilio, intentan montar una obra que trace la experiencia del desarraigo. Sabemos por el programa que el ensayo se inspira en una obra de Grotowski, "Apocalypsis cum figuris", estrenada en 1969. Y también constatamos las nuevas herramientas de Santana ("Pincho Disney"), quien ha mostrado su trabajo en el Grotowski Institute en Polonia.
La frontera difusa entre público y actores no se difumina; los espectadores rodean tres de los cuatro muros imaginarios del escenario y así, en primera fila, estamos dentro del ensayo. Cada tanto un actor se sienta a mi lado y percibo su respiración, nos miramos, observo sus labios en movimiento vocalizando un idioma extranjero, sigo las gotas de sudor. En "Falsificadores del alma" el trabajo actoral es casi todo, y corresponde a una visión del cuerpo del actor como un gran escenario habitado por intérpretes de primer nivel: Juan Pablo Vásquez, Vicente Cabrera, Braulio Verdejo, Freddy Araya, Félix Venegas, Eduardo Silva y el mismo Santana. Destaca la actuación del joven Vicente Cabrera y el innegable talento de Freddy Araya. El mismo Santana hace de maestro de ceremonias en sintonía con la iluminación de Matías Ulibarry y el registro visual de Francesca Bono.
Este acento sobre la interpretación, en un escenario casi desnudo, sigue los preceptos de "Hacia un teatro pobre" de Grotowski, que invita a prescindir de escenografía, música, iluminación o texto predeterminado para intentar una escritura del método y el proceso creativo. Santana lo llama "Dramaturgia práctica", que traza un ejercicio que asemeja una larga improvisación que va encontrando su sentido en la permanente combinación de estímulos y recursos expresivos. Porque precisamente en la combinatoria -más que en la trama- de recursos se va generando una energía hipnótica de esta troupe, que a veces pareciera habitar una cárcel, un centro de detención, una escuela, un espacio extranjero. También esa combinatoria imprime una velocidad, un ritmo, una urgencia en la que de pronto reflexiones conceptuales detienen la acción. Y luego viene una coreografía o un canto que sugieren reflexiones sobre un teatro post-épocas, post-muro, bloque soviético o post dictadura, cuando se deben ensayar otras formas de ser comunidad. Las referencias (Brook, por ejemplo) pueden ser confusas, y a eso se juega, pero la experiencia es conmovedora.
Santana ya había explorado esta técnica en su elogiada "Perdiendo la Batalla del Ebr(i)o", inspirada en el libro homónimo del poeta nacional Tomás Harris, donde también trabajó con el cuerpo de los actores en un espacio vacío y en convivencia con el público, dando rienda suelta a la palabra. Ahora, este montaje contagia camaradería, humor, ironía.
"Falsificadores del alma" exhibe la trampa que tiene el teatro y se abre a la magia, a decir una verdad que no se ensaya, sino que se improvisa junto a los espectadores. No hay que buscar una historia clara y cerrada, sino que sentir que algo se está gestando, que el teatro más que nada es energía. Una experiencia alrededor de la embriaguez colectiva que nos recuerda la potencia dionisíaca del arte dramático. A esta propuesta sin duda se ajusta un público que interviene y un grupo de actores que se adapta.
Andrea Jeftanovic