La vida cotidianamente nos hace tomar decisiones de la más variada índole, desde cosas tan triviales como: ¿con qué ropa me voy a vestir? o ¿qué voy a hacer para el almuerzo de hoy?, hasta decisiones mucho más complejas como: ¿en qué colegio deberían estudiar los niños? o ¿en qué lugar quisiera vivir?
Los niños deben aprender paulatinamente a decidir, a pesar los argumentos y a priorizar. Desde pequeños es posible ver estilos diferentes en el proceso de la toma de decisiones: hay algunos que deciden rápidamente, sin darse el tiempo para reflexionar, y muchas veces se arrepienten de lo decidido. En cambio, otros se toman tanto tiempo y se sumergen en un mar de dudas, que a veces los paralizan y por ello pierden oportunidades.
Con los niños más acelerados hay que alentar los procesos de reflexión, de evaluar las alternativas y sopesar las ventajas y desventajas en las decisiones que van tomando. Con los más indecisos, hay que ayudarlos a decidir con más rapidez y perder un poco el temor a equivocarse, especialmente en las decisiones más triviales. Respetando los estilos, sin desvalorizarlos ni caricaturizarlos, es posible influir para que unos incorporen momentos de mayor reflexión y otros tengan un poco más de fe en sus intuiciones en el momento de elegir.
En su libro "El cerebro y la inteligencia emocional: Nuevos descubrimientos", Daniel Goleman señala que tomar una decisión apropiada es más complejo de lo que pensamos. Pareciera que la respuesta a la pregunta "¿lo que voy a hacer encaja en mi rumbo vital, mi propósito o mi ética? no nos llega con palabras, sino mediante esa reacción visceral". Según el autor, habría aspectos racionales, pero que están influidos por lo que sería más intuitivo. Goleman destaca las ventajas de estar de buen ánimo al momento de decidir, ya que se está más creativo y con más eficiencia. Pero tendría el riesgo de tener menos sentido crítico y no prestar suficiente atención a los detalles. Decidir de mal humor pone a las personas más escépticas, pero a la vez los hace prestar más atención a los detalles y ponerse más perspicaces para cuestionar a otros. Pero el riesgo de estar de mal humor es lo tóxico que resulta para la convivencia.