Un desarrollo cerebral equilibrado requiere que el niño vaya adquiriendo en forma paulatina una capacidad de dominio sobre sí mismo. Aprender a autorregularse, a organizar su comportamiento, a controlar su rabia y a no dejarse llevar por sus miedos.
Si a los adultos nos cuesta organizarnos y autorregularnos, cuánto más difícil debe ser para un niño que está en pleno proceso de maduración cerebral.
El rol de los padres en este aprendizaje es esencial y no siempre fácil, porque puede conectarse con núcleos conflictivos de sus propias personalidades. Baste decir que se requiere mucho autocontrol en el proceso de acompañar a los niños para que se autorregulen, especialmente cuando se trata de niños difíciles, inquietos o con menor tolerancia a la frustración, que pueden hacer perder la compostura hasta al más sereno de los padres.
La capacidad de organizarse, planificar y actuar en relación a metas hace parte de lo que se ha llamado inteligencia ejecutiva. Esta permite que las personas se autogestionen, cumplan sus metas, solucionen sus conflictos en forma armónica y aprendan a tolerar las frustraciones a las que necesariamente se verán enfrentados durante su vida. Se la ha comparado metafóricamente con un director de orquesta que va ordenando los instrumentos para que entren en acción, de tal forma que a veces dejará expresar las emociones, en tanto que otras veces dará paso a las funciones más racionales.
Aprender a autorregularse es un proceso que toma mucho tiempo y que pasa por altos y bajos durante el desarrollo, lo cual se ve afectado por los acontecimientos de la vida. Es normal y esperable que un niño pequeño se descontrole y se asuste frente a un fuerte temblor; pero habría que preocuparse si un niño ya mayor se enrabia y le da una pataleta porque un vecino se comió uno de sus dulces.
Enseñar a autorregularse a un niño es una tarea que requiere mucha paciencia de los padres, porque es necesario ir poco a poco poniendo límites que los niños sean capaces de cumplir. Hay que evitar caer en los extremos, como ser tan permisivos que no haya límites ni obligaciones, lo cual hará que el cerebro del niño no desarrolle conexiones que más tarde requerirá para programarse. El otro extremo, poner un exceso de normas, puede frenar el desarrollo de la autonomía y de la creatividad.
"Se requiere de mucho autocontrol en el proceso de acompañar a los niños para que se autorregulen".