En el hotel Cumbres de calle Lastarria derrochan gentileza, como puede esperarse en un hotel. Muchos saludos, puertas que se abren sin ni pedirlo y un restaurante para sus pasajeros y el público en general donde abunda la sonrisa. De entrada, un feliz mundo a veces escaso en el mapa del salir a comer.
La vista es espectacular, obviando unas cuantas grúas azules tan de la modernidad. La cocina está a la vista, pero ningún aroma molesta. Entonces, gran prólogo.
Quien atiende advierte de inmediato que no tienen ni corvina ni camarones. Y que tienen solo una viña para el vino por copas. ¿Tan mezquina opción en estos días de abundancia de oferta? En fin. Se pidió y tras una espera de 20 minutos, llegaron los entrantes. Una crema de puerros ($6.500) que no comulgaba con la topografía de una crema, es decir, plana. Porque cuando se forman cerros y valles en el plato, se está hablando de un puré. Rico, hay que decirlo, pero más cercano a la guarnición que a un rol protagónico. Y una ensalada de camarones (que se reemplazaron por ostiones, sellados y en su punto) con escasísimo pulpo ($6.900), casi de adorno, y unas hojas de lechuga que requerían un aliño con algún antidepresivo, por lo mustias y decaídas.
De fondos, un congrio ($12.500) hecho a punto, sobre unos porotos con escaso sabor y alternados con unas peregrinas alcachofas. Y un costillar de cordero al grill ($12.000) que se pidió tres cuartos y que llegó seco y muy cocido. Además, dos de los cortes de un tamaño y otro del doble de espesor con harta de su grasa, demasiada. Bajo esta proteína, unas "lentejas al oporto" pasadas de cocción, además tibias tirando a frías y dejando en claro que por algo las legumbres dulces no son algo que se encuentre habitualmente en las cartas o recetarios.
Aparte de que los platos principales tampoco llegaron lo que se dice rápido, el servicio fue diligente, hay que decirlo, pero ni la magnífica vista suple lo poco magnífico de esta cocina.
Hotel Cumbres Lastarria. José Victorino Lastarria 299, 2 2496 9000