Después de tres funciones del elenco Internacional, el estreno de la versión Estelar mostró una notable mejoría respecto de la función inaugural. La Orquesta Filarmónica se presentó con mayor seguridad, sonoridad más elocuente y mayor comunión con los coros. El director Maximiano Valdés propone una lectura interesante, con su impronta en algunos matices originales, como se aprecia, por ejemplo, en la conocida marcha húngara. El Coro del Municipal recuperó su nivel y se redujeron los desajustes con el coro de niños en la escena del Paraíso. En suma, una importante consolidación en el desempeño de los cuerpos estables entre un estreno y otro.
"La condenación de Fausto" es extraordinaria desde la primera hasta la última nota. La partitura es magistral y su trama es un mundo poético fascinante. Su veintena de cambiantes escenas y sus epílogos, los contrastes vertiginosos entre lo íntimo e introspectivo y lo espectacular y grandioso, hacen de esta una de las obras más difíciles de escenificar con éxito. De allí que el propio compositor le asignara la ambigua calificación de "leyenda dramática" y que por décadas se ciñera a su versión en concierto, no obstante que clama por ser escenificada.
Ramón López (dirección escénica, escenografía e iluminación) asume este enorme desafío mediante una estética muy libre, pero que tiene la audacia -infrecuente en nuestro tiempo- de no apartarse del texto que inspiró a Berlioz para refugiarse en alguna relectura puramente personal. Una escenografía simple se apoya en un espejo sobre el escenario, que proyecta la acción en dos ángulos. Esta fórmula presenta puntos altos, como la escena de la taberna de Leipzig, en que la acción vista "en planta" resulta complementaria e incluso más atractiva que la frontal. En otros casos, como en las riberas del Elba, ambas visiones se enredan un tanto. Proyecciones digitales con imágenes en movimiento introducen numerosos elementos de simbolismo, como las primaverales bandadas que luego se trasmutan en un solo siniestro pájaro negro que advierte la llegada del Mal personificado en Mefistófeles y, más tarde, la inminente perdición del protagonista. La iluminación es un gran apoyo a la despojada escenografía, con algunos logros muy atractivos, como en la escena del canto de Pascua de Resurrección y, en general, en el juego de tonos cálidos y fríos. Hay un importante trabajo creativo de Loreto Monsalve en el diseño del vestuario, muy ecléctico y cambiante. Las coreografías (José Vidal) fueron el punto más débil, con su nadir en el ballet de los silfos.
Los tres solistas protagónicos bien podrían haber integrado el primer elenco. El tenor argentino Santiago Bürgi profundizó actoralmente en las eternas insatisfacciones de Fausto, haciéndolo un personaje creíble. La voz es pequeña, pero cumple las exigencias del rol, incluso en su dúo casi imposible con Margarita, en el que debe ascender repetidamente a las más altas tesituras. La mezzo chilena Evelyn Ramírez transmite la sencillez y dulzura de Margarita, con la proyección y el volumen vocal requeridos. Homero Pérez-Miranda es un acierto como Mefistófeles por su presencia escénica y su capacidad interpretativa, que aúnan la sombría letalidad y la mordacidad del Demonio. Sergio Gallardo aprovecha la canción de Brander para una presentación sin excesos.
Esperada por casi cien años, "La condenación de Fausto" fue un gran acierto de programación, que grafica los inmensos recursos de toda índole que requiere si se espera arribar al Paraíso en que culmina la obra.