Nuevo, de paquete, es este restaurante ubicado donde estuvo el finado Fuy. Con pocas semanas en operaciones, de inmediato queda algo en claro: pobre del cristiano a cargo del inventario, porque la cantidad de vinos nacionales y extranjeros que ofrece La Misión es de antología. No están lo que se dice baratos, tal vez un poquito "castigados" en el precio, pero hay más de una etiqueta que amerita igual darse una vuelta. Y si la idea es "degustar" más que embriagarse ligeramente, también ofrecen unos tríos de degustaciones con 50 cc por copa, considerando en la selección vinos célebres que significarían un desembolso considerable para conocerlos de otra forma. Por lo mismo, ya estos flyings valen visita. Y como la comida también está buena, doble razón. La carta no es extensa pero igual es variada. Aparte de una página con tablas y picoteos finos, hay platos del día. A esto se suma un menú de degustación sólido y líquido y la carta propiamente tal. De ella, para empezar, una mezcla de diversas texturas de hongos ($8.000), nadando en un caldo tan terroso como sabroso, acompañado esto de una espuma de pan tostado. Muy telúrico todo. Y al frente una codorniz marinada en chicha ($13.500, nada es muy de picada acá, ojo), con una salsa ligeramente agridulce, uvas y hierbas varias. Nuevamente un aire campestre en la mesa. Para acompañar, los vuelos Ruta del Misionero ($6.200), con un bonarda y un zifandel frescos como debe ser un tinto con los calores. Y un trío de blancos, Del Pacífico ($4.900), con un chardonnay del Limarí y un riesling de San Antonio que son como para plastificar en el recuerdo. Ya en los fondos, un garrón de cordero ($16.500) largamente cocinado, que se comía con la cuchara, acompañado de tres purés, uno al queso (muy bien), otro a la clorofila (bien) y otro al café (será para otro paladar, en fin). Y unos pequeños tentáculos de pulpo a la parrilla ($11.500), blandísimos, con pasta a la aceituna y unas cuantas manchitas de sabor amargo muy acordes, aparte de unas muy acompañadoras láminas de palta.
Para terminar, de pura chanchería, un sable de manzana ($4.500), con manzana, toffee, masa, y una de esas expresivas esculturas de hilos de caramelo que da pena comerse, pero que dejando la pena de lado se comen igual.
En fin. Gran atención, atentísima e informada. Lo único: cambien esos posavasos de piedra por platitos para el pan, porque la mesa queda llena de migas. Y si no tienen pescado de roca, mejor morir en la rueda antes que ofrecer róbalo. Todo el resto, la experiencia total, es como para salida en pareja en día de aniversario o para llevar al buen amigo extranjero de paso. Esa es la misión que cumple este lugar.
Nueva Costanera 3969, 2 2208 8908.