Muchos chilenos despertaron el lunes pasado con la misma sensación placentera que experimentaron después de que Chile ganó la Copa América: "¡Se puede!", dijeron. "No estamos condenados a la mediocridad". En pocas horas, el optimismo, un bien que parecía haberse esfumado, volvió a la centroderecha: "Damos por terminada la crisis de nuestro partido", dijeron otros.
¿Se justifica este optimismo? Por supuesto que sí. En muchos casos, lo ocurrido en la elección municipal fue una auténtica hazaña, donde fuimos testigos de actos de gran generosidad política, con personas que salieron adelante remando contra viento y marea. Pero es necesario que le agreguemos unas sanas gotas de pesimismo, porque de lo contrario puede suceder algo semejante al desempeño de la selección nacional de fútbol en los últimos meses: tras haber alcanzado la gloria, hoy nos tiene a todos con el estómago apretado.
Hay que tener presente que, aunque la centroderecha corre el grave riesgo de ganar la próxima elección presidencial, esta no es carrera corrida. En efecto, muchos ciudadanos de sensibilidad izquierdista castigaron al Gobierno con la abstención. Sin embargo, nada asegura que el año próximo vuelvan a quedarse en su casa, cuando les entre miedo ante unas elecciones presidenciales y parlamentarias simultáneas, donde la competencia será especialmente reñida. Por otra parte, es cierto que La Moneda anda a los tumbos, pero ¿qué pasa si, de pronto, Bachelet decide tragarse su orgullo y llama a Insulza, Escalona, Vidal u otras grandes figuras de la centroizquierda? El solo pensarlo le produce una risita nerviosa a la gente de oposición.
El optimismo de los últimos días quizá era necesario para alentar a las propias filas, que estaban bastante desanimadas. Muestra que un trabajo bien hecho rinde frutos. Con todo, puede ser letal si los dirigentes de Chile Vamos se sienten dispensados de la necesaria autocrítica; si empiezan las disputas internas, y no se pone todo el empeño posible para obtener una mayoría parlamentaria, con listas unitarias y buenos candidatos. Bien sabe el ex Presidente Piñera lo difícil que es gobernar con un Congreso que le niega la sal y el agua.
La Nueva Mayoría ha sufrido unas magulladuras, pero está bien vivita y coleando. Basta con ver sus resultados en la elección de concejales. Además, en estos años ha logrado la aprobación de reformas muy importantes, unas transformaciones que aunque causen daño al país no será fácil enmendar. Por otra parte, la NM ha conseguido un objetivo impensable hace unos años: inclinar claramente al país entero hacia la izquierda. Los chilenos ciertamente se han puesto más individualistas y son menos conscientes de sus deberes que antes, pero al mismo tiempo nunca en los últimos 40 años han sido tan estatistas como ahora. Y este es un panorama muy propicio para la centroizquierda.
Hoy sucede lo contrario que con el gobierno de Sebastián Piñera, que hizo muchas cosas buenas, pero no logró cambiar el país. La Nueva Mayoría es desprolija, carece de cuerpos técnicos competentes y ha desatendido los grandes problemas nacionales, pero ha logrado cambiarle la cara a Chile. Ha conseguido lo que quería: Bachelet es una triunfadora.
Si la centroderecha gana las próximas elecciones, la suya será una tarea titánica. Requerirá de enorme habilidad política, que debe mostrarse desde ahora, pues tendrá que hacer un trabajo muy incómodo y difícil: desinflar las expectativas de la gente, sobredimensionadas tras varios años de fantasías. Si la oposición no logra hacerlo ahora, la suya será una victoria pírrica, porque solo cosechará decepciones. Además, tendrá que enfrentar el desafío de la calle, porque la izquierda no sabe perder y necesita demostrar que solo ella es capaz de gobernar; es decir, buscará convencer al electorado de que la centroderecha es incapaz de mantener en orden el país que ellos, al mismo tiempo, desordenan.
Habrá que tomarse en serio el problema de La Araucanía, alentar una economía estancada, poner coto a la delincuencia y comenzar a resolver nuestro caos educacional. Semejantes desafíos son capaces de desanimar a cualquiera, a menos que sea un auténtico patriota. La buena noticia es que en Chile todavía contamos con esas personas, si bien no conviene perder de vista que la tarea de reconstruir el país después del terremoto de la Nueva Mayoría no será fácil. Bienvenido entonces el optipesimismo.