Aunque no sepamos quién será la o el próximo presidente, sí podemos adelantar algo acerca de su gobierno, lo que puede ayudar a ir marcando preferencias.
El próximo será un mejor gobierno si es apoyado por una coalición que se mantenga estable. En cambio, probablemente no sólo el gobierno, sino el país entrarán en crisis si esa coalición no es sólida o se desvanece en el trayecto. Desde el 90 a la fecha, Chile ha sido hiperpresidencialista, pero no gobernado por caudillos, sino más bien por coaliciones y equipos, en nombre de proyectos previamente ofrecidos al electorado. Los dos últimos presidentes han debilitado, pero no destruido, este carácter más colectivo e impersonal del gobierno, que no sólo es republicano, sino también base de sustentación de la gobernabilidad y del progreso económico y social de Chile de los últimos 25 años.
Ese rasgo de nuestro sistema político corre riesgos por múltiples razones. Desde luego, porque el descrédito de partidos y parlamento desincentiva a los presidentes a aparecer ejerciendo como jefes de sus coaliciones. A ello se suma que el nuevo sistema electoral presiona menos a los parlamentarios a mantenerse en sus partidos y a éstos en coaliciones. Eso explica en buena parte la inédita cantidad de las recientes renuncias de parlamentarios a sus tiendas.
Si, en estas condiciones de mayor riesgo, el próximo Gobierno no logra mantener adhesión popular alta, le será muy improbable contar con esa lealtad mínima de un bloque significativo en el Congreso. Sin ella, no podrá realizar lo que prometa.
Si no me equivoco en el diagnóstico, resulta conveniente preferir candidatos que no sólo hoy marquen bien en las encuestas, sino también pronosticar su autoridad para ejercer el liderazgo de sus coaliciones y mantener sus apoyos populares y parlamentarios en los 4 años que dure su gobierno.
También atenta en contra de la formación de coaliciones sólidas y estables la tensión y el tiempo en la que éstas se amalgaman. Las que existen, al menos la del sector en que milito, necesita volver a aglutinarse. En el nivel de conflicto en que está no será votada, pues no promete ser una alternativa de gobierno estable. Desde el 90 a la fecha, las coaliciones políticas han renovado sus lealtades y sus equipos políticos en derredor de las mesas en que han debatido abanderado, campaña y programa. Esa cocción se ha dado a fuego lento. Las candidaturas se han perfilado cerca de 24 meses antes de la elección y el abanderado ha quedado básicamente definido un año antes. Esos tiempos han permitido madurar programas y armar equipos. Ahora eso es más improbable. En ambas coaliciones hay partidos y/o candidatos con apoyo no despreciable tentados de ir a la primera vuelta. Entre la primera y segunda vuelta, con parlamentarios ya electos, que se jugaron por campañas presidenciales rivales, será muy difícil aglutinar coaliciones y partidos con el tiempo y la calma necesarios para augurar su estabilidad en lo que dure un futuro gobierno.
La tentación, particularmente presente en la centroizquierda, de persistir en candidaturas que no parecen capaces de unir a la coalición en una primera vuelta, o de insistir en llevar candidato a ella a todo trance, la conducirá a una muy probable derrota, pues no obstante haber más electores que adhieren a esa tendencia que a la centroderecha, difícilmente todos ellos saldrán a votar en segunda vuelta por quien ha sido rival hasta pocos días antes.
Las candidaturas ciertamente se fraguarán en torno a la adhesión popular, la que quedará reflejada en las encuestas y así, afortunadamente, nada evitará que las preferencias populares graviten en la selección que se irá produciendo; pero los partidos y sus parlamentarios tienen también un papel especial en esta tarea de ir abriendo, conduciendo y despejando caminos que auguren a Chile el buen gobierno, y harían mal en renunciar a hacerlo.