No es primera vez que textos de Manuel Rojas se lucen en el teatro. Hace un tiempo se vio una versión de "Hijo de ladrón", en el Teatro Nacional Antonio Varas, y ahora Mauricio Roa, de la compañía La ermitaña, adapta y dirige una versión de la novela "Punta de rieles", escrita en 1960. Dos años antes, el mismo autor se había acercado a la dramaturgia siendo el coautor, junto a Isidora Aguirre, de la obra "Población Esperanza", que retrataba las tomas en la población La Victoria, en una alianza creativa ventajosa para ambos: Aguirre aprendió a escribir sobre personajes populares, Rojas experimentaba en la técnica teatral. Quizás no es arriesgado pensar que esa experiencia contribuyó a darle forma de monólogo dramático a la novela que ahora está en la cartelera de Matucana 100.
Nadie duda de que Manuel Rojas sea un narrador inmenso, prolífico en los géneros del cuento, la novela, el ensayo, la poesía y las crónicas. Muchas de sus obras son parte del patrimonio nacional, obras que, además, escribió con complejas y adelantadas técnicas literarias.
La historia es escalofriante. Una noche, en una oficina salitrera de Antofagasta a fines de 1930, dos hombres se enfrentan: uno es el obrero sindicalista Romilio Llanca y el otro es el "futre" Fernando Larraín Sanfuentes, un aristócrata venido a menos, subdirector de una oficina de prensa que está a punto de dejar el turno, pero es detenido porque un hombre necesita que escuchen su testimonio. Ha llegado hasta allí con las manos manchadas con sangre, acaba de asesinar a su esposa. Más allá de las diferencias sociales, despliegan un diálogo doloroso, vibrante, sobre la fragilidad del ser humano. Larraín, pese a venir de la más alta alcurnia, lo ha perdido todo por los vicios y el alcohol. Hundidos en la más baja miseria, no tienen más que sostenerse uno a otro en el relato de su caída y, tal vez, de su fin. La novela posee una estrategia para cruzar ambas historias, característica que en un comienzo se presenta de un modo confuso en la versión teatral, pero que luego adquiere claridad y espesura.
Este esquema adscribe a una indagación que ha probado esta nueva compañía que nace en 2014 y que se define como un proyecto minimalista, dedicado a la relectura de clásicos de la literatura y dramaturgia chilenas, como "La secreta obscenidad de cada día", de Marco Antonio de la Parra. Ahora salen airosos de este empeño cuando integran una escenografía móvil, de Pablo de la Fuente, pues es una de esas veces en que la complejidad de la técnica está al servicio del clima emocional del montaje. Porque el espacio de la oficina gira como un carrusel, y al mismo tiempo, hay un pasillo exterior que rota en sentido contrario. Giran en direcciones opuestas como el carrusel de la mente humana, con el vaivén propio del "fluir de conciencia"; en ese clima se presentan con mayor intensidad las escenas de delirium tremens, las vueltas al pasado traumático, la orfandad y el encuentro con el padre a los diecinueve años.
Además, este clima resulta propicio para desatar el nudo conflictivo tras el crimen del obrero, un crimen motivado por una fuerte carga sexual; el hombre se queja de haber sido acosado por su mujer, requiriéndolo hasta el agobio y humillándolo frente a los vecinos en viviendas porosas: "(...) Vivían en una casucha de tablas y de calaminas, a la orilla de la única calle del campamento, y las palabreadas se oían desde lejos, aunque mejor se oían desde cerca... ¿No eres hombre?, parece que fuera maricón usted, déjeme dormir (...)". Entonces, de una parte fluye la narración en forma de diálogo de la vida de Romilio Llanca, y el pensamiento de Fernando Larraín recorriendo cada trago de su propia historia de autodestrucción mientras oye la ajena.
La sólida interpretación de Luis Dubó en el papel de Romilio Llanca logra transmitir el alma del hombre humilde, del trabajador esforzado, de la lucha continua contra la adversidad. El rol de Fernando Larraín es interpretado por Etienne Jean Marc, que sorprende con la solidez de su interpretación para espantar sus fantasmas de las adicciones. Mario Ubeira, en el personaje de El Mugriento, hace en su rol acotado una precisa intervención. El resultado: una obra conmovedora, una larga y angustiante noche en la que los dos hombres en posiciones adversarias se encuentran en la mutua confesión, el deseo de redención, la ternura y la comprensión cuando lo han perdido todo.
Andrea Jeftanovic