Mi primer recuerdo político está ligado a la Democracia Cristiana. Fue el 21 de junio de 1964, día en que muchos miles de chilenos nos reunimos en la Marcha de la Patria Joven. No recuerdo el discurso de Frei, pero sí que había una mística impresionante y todos cantábamos "Brilla el sol de nuestras juventudes". Yo podía entonar esa letra con más propiedad que ninguno, porque ese día cumplía 5 años de edad.
Han pasado 52 años. El orador de entonces está muerto, como muertos están Leighton, Aylwin, Castillo Velasco y todos los que alguna vez fueron protagonistas de una historia que tuvo ideales, dogmatismos, generosidad, arrogancia, prudencia y valor; en fin, luces y sombras.
¿Qué queda de todo eso?
Uno podía entonces marchar entusiasmado con la Patria Joven o mirarla con ojos críticos, amarla u odiarla. Pero no podía negar que ella albergaba una propuesta, tenía algo específico que plantearle al país.
¿Qué nos ofrece hoy la DC? ¿Qué alegra los corazones de sus parlamentarios?
Esta semana hemos visto algo que los ha dejado muy contentos: al parecer, la votación de la ley de aborto se llevará a cabo después de las elecciones municipales. Eso significa que no corren el riesgo de ser castigados por su electorado tradicional cuando, apartándose de la opinión oficial del partido, voten impunemente a favor del proyecto.
¿Eran esas las alegrías de Frei Montalva? ¿Era ese el tipo de mensaje que transmitía a esos miles de chilenos que estaban conmigo en el Parque Cousiño?
No se engañen, por favor. No me mueve a escribir estas líneas únicamente mi descontento con los abortos humanistas-cristianos que nos ofrecen algunos de sus senadores. Ese es tan solo un síntoma de un deterioro mucho más antiguo y generalizado.
¿Qué ha sucedido para que, en el curso de unos pocos años, el Partido Demócrata Cristiano, que por casi medio siglo fue el más influyente del país, esté ahora condenado a la más completa irrelevancia?
No ha desaparecido el centro político, ni tampoco ha mermado la clase media, su electorado más tradicional: tan solo se ha esfumado la DC que algún día conocimos y aprendimos a respetar.
¿De qué discuten hoy sus dirigentes? Más importante que las grandes ideas que podrían mover al partido es el cronograma para elegir a un candidato fantasma. ¿Qué otro nombre merece alguien que no sabemos siquiera si existe, y que, si llega a existir, será para ocupar el tercer o cuarto puesto en las primarias de la Nueva Mayoría? El debate presidencial de la DC es apenas un saludo a la bandera, cuya recompensa dependerá de la generosidad que en su momento tengan Ricardo, Isabel, José Miguel, Alejandro o cualquier otro de los triunfadores.
La Democracia Cristiana ha renunciado a la posibilidad de cualquier alianza con la centroderecha. Es una decisión legítima, y no nos corresponde a los demás decirle qué debe hacer. Sin embargo, no se entiende qué razón la lleva a limitarse a tocar el triángulo en la orquesta de la Nueva Mayoría. Nada tengo contra ese noble instrumento, que resulta muy importante en el Concierto de Piano de Liszt en Mi Bemol. Pero aquí no estamos en presencia de esa pieza magistral, sino apenas de una cumbia que la Sonora Mayoría toca en una alicaída fonda de barrio. La DC merece mucho más.
"¿Y qué te importa a ti, que no eres democratacristiano, lo que le suceda a ese partido?", me dirá algún lector irascible. "¿No está acaso la derecha frotándose las manos, lo mismo que el PS, ante la posibilidad de ir recibiendo a los DC desencantados?".
Aunque les parezca raro, me duele que la DC sea incapaz de liderar una propuesta política sensata de centroizquierda. No soy parte de los que piensan que todo lo que beneficia a la derecha es bueno para el país. El ejemplo italiano muestra que la desintegración (primero ideológica y luego política) de la Democracia Cristiana puede traer malas consecuencias.
Y tengo, además, una razón estética para entristecerme por el estado lamentable en que se encuentra la DC. No deploro haber cantado, cuando niño, "Brilla el sol de nuestras juventudes". Solo me apena estar hoy condenado a contemplar cómo languidece ese astro en su decrepitud.