Hace unas semanas, un colega de otro país me hizo una entrevista grabada para un programa de radio. Días después, me envió el
link del programa por correo electrónico. Hice clic y escuché. Al presentarme, el colega decía: "La periodista argentina Leila Guerriero dice que no hay mejor periodista que aquel que escribe sus propios textos". Me bajó la presión. ¿Cómo sería un periodista que no escribe sus textos? ¿Algo así como un compositor que no compone sus partituras? ¿Un plagiario, un farsante? No creo haber dicho tamaña cosa, pero lo único que me preocupa del asunto es que el colega no haya visto en esa frase nada raro. Si alguien me dijera, o si yo creyera haber entendido que alguien me dijo: "No hay mejor guitarrista que el que toca la guitarra", dudaría. Preguntaría: "¿Puede explicarse mejor?". En la base de este oficio están la escucha atenta y el chequeo de los datos que suenan inverosímiles o confusos. De todas maneras, me quedé pensando. ¿Qué es un buen periodista? La mejor respuesta que tengo, hasta que encuentre otra mejor, es un libro que, paradójicamente, para sumar lío al asunto, no escribió quien lo firma. Se llama
Open y lo firma el tenista Andre Agassi, pero lo escribió el periodista norteamericano J. R. Moehringer (autor de
El bar de las grandes esperanzas, una no ficción que se vendió mucho y me gustó muy poco). Moehringer -que entrevistó y siguió a Agassi durante bastante tiempo para hacer este libro- se negó a firmarlo porque "no concebía que su nombre apareciera en el relato de la vida de otro hombre". Yo jamás hubiera leído
Open porque no sé nada de tenis, y no sé nada de tenis porque me importa un rábano, y me importa un rábano porque no lo entiendo. No entiendo la inexplicable frase que dice que lo que lo hace tan singular es que se trata de un deporte solitario -según yo, el ping pong, el esquí o el surf también son deportes solitarios-; el enjambre de términos como
tiebreak, set, game, mejor de cinco, etcétera, me confunde y me impide saber si alguien va ganando o perdiendo; y no logro ver belleza ni estrategia en el juego, sino dos sujetos embrutecidos por el sol y el sudor que parecen pensar: "¡Que esta cosa redonda y verde pase del otro lado de la red, cómo sea!".
Pero todo eso forma parte del pasado. Ahora sigo sin poder contar los puntos, sigo sin saber quién va ganando, pero mi idea sobre el tenis ha cambiado por completo después de leer
Open, que no es un libro sobre el tenis, sino sobre el estado del alma de un tipo con niveles de talento y competitividad que destrozarían a un dinosaurio y que detesta lo que hace. Porque Agassi, número uno en el ranking ATP durante más de cien semanas, ganador de ocho torneos individuales de Grand Slam, uno de los mejores tenistas de la historia, odia el tenis y lo repite cada vez que puede: "Odio el tenis, odio el tenis, odio el tenis". La vieja historia del don y la condena unidos por un candado de oro que, muy a menudo, se vuelve una trampa dentada. En el primer capítulo, Agassi se despierta agarrotado por el dolor. Después de décadas de correr a toda velocidad y de frenar en seco, de saltar y aterrizar sin amortiguación, su cuerpo es un desecho, una cosa que aúlla y a la que no logra enderezar. En ese estado tiene que jugar un partido del Open de Estados Unidos, quizá el último de su vida, puesto que tiene 36 años y ha anunciado su retiro. Sobreponiéndose como puede, repite un mantra: "Por favor, que acabe todo esto". E, inmediatamente después: "No estoy preparado para que acabe todo esto".
El primer capítulo es la piedra rosetta que permite entender el chirriante laberinto que habita la cabeza de Agassi desde que su padre, de pequeño, lo obligaba a pasarse horas devolviendo pelotas lanzadas por una máquina, en el patio de su casa, o desde que lo envió contra su voluntad a una academia de tenis de disciplina casi militar.
Open es la vivisección de un trauma, la geografía de una humillación, la historia de un hombre luchando contra la furia de lo que lleva dentro, el rastro de una ambición desmesurada, la radiografía de la peor soledad. Luego de una de sus primeras derrotas, siendo todavía adolescente, Agassi dice: "Después de años oyendo a mi padre despotricar contra mis fallos, una derrota ha bastado para que yo mismo asuma sus críticas. He interiorizado a mi padre -su impaciencia, su perfeccionismo, su rabia- hasta que su voz no solo suena como la mía, sino que es la mía. Ya no necesito que mi padre me torture. A partir de ese día, puedo hacerlo yo solito". Cuando llega al puesto número uno del ranking de la ATP dice: "Recibo la llamada de un periodista. Le digo que estoy contento por el ranking, que es agradable llegar a lo mejor que se puede ser. Pero es mentira. Eso no es en absoluto lo que siento. Es lo que quiero sentir. Es lo que se espera de mí que sienta, lo que me digo a mí mismo que debo sentir. Pero en realidad, no siento nada". Y tras ganar Wimbledon: "Me siento como si me hubieran hecho partícipe de un secreto sórdido: ganar no cambia nada. Ahora que he ganado un
grand slam, sé algo que se permite saber a pocas personas en este mundo: las victorias no nos hacen sentir tan bien como mal nos hacen sentir las derrotas, y las buenas sensaciones no duran tanto como las malas". Ahora sigo sin entender el tenis. Pero entiendo el tenis por completo. Lo entiendo dolorosamente: entiendo la soledad del tenista, su inteligencia sucia, su astucia devastadora, su arte dorado, el terror constante a perderlo todo, a que el cielo de la gloria se transforme en la tormenta del olvido después del próximo torneo. Y lo entiendo porque la historia fue contada por un buen periodista que escribió sobre tenis como si hubiera escrito sobre la batalla de las Termópilas. Un periodista que fue capaz de narrar el momento en que un tenista se despide de su familia antes de entrar a la cancha, como si se tratara del momento en que Héctor se despide de su esposa, Andrómaca, antes de enfrentarse al terrible Aquiles. Un periodista que al hablar de la pequeña aldea del alma de un solo hombre habla de la desilusión que producen algunos sueños cuando al fin se alcanzan, de los ardientes enemigos que llevamos dentro y que nos susurran el canto de la derrota y el vicio de querer vencer. Un periodista tan bueno que, al hablar de un hombre, habla de todos nosotros. De cada uno de todos nosotros.