El mes de las Fiestas Patrias tiene en escena dos dramas nacionales: el padre de la patria en medio de una traición política y una tragedia familiar del mundo rural de los años 20. Piezas que abordan, en consecuencia, una problemática de la identidad nacional: la orfandad. Si hay algo que ha moldeado nuestra psiquis es el problema de la filiación. Los expertos (Montecino, Salazar) dicen que un proceso de conquista que incluyó el mancillamiento de las mujeres indígenas por parte de los españoles dejó un trauma difícil de superar: hijos mestizos no reconocidos, y hasta despreciados, por sus padres. Además del factor racial influyó la formalidad del vínculo del matrimonio; todo quien naciera fuera de esa unión legal era catalogado como bastardo, "huacho". Esa agresiva huella se recoge en estas dos obras.
"O'Higgins, un hombre en pedazos", de la compañía Tryo Teatro Banda, en cartelera en el Teatro UC, se aventura con el padre de la patria. Esta compañía liderada por Francisco Sánchez lleva quince años trabajando con momentos fundacionales de Chile, creando una nueva versión de la historia que hilvanan con poderosos textos e interpretación musical en vivo. Además, sus obras itineran por circuitos locales e internacionales, y amplían su público a niños y jóvenes ("Cautiverio Felis", "Pedro de Valdivia, la gesta inconclusa", "Jemmy Button", "Parlamento", entre otras). Esta vez trabajan con una nueva alianza: la dirección de la actriz María Izquierdo y la escritura de Andrés Kalawski y el cineasta recién fallecido Ricardo Larraín.
Este padre de la patria pelirrojo, hijo de un oficial irlandés y una mujer mestiza, es el hijo huacho que goza de una educación multicultural (colegio en Londres, comunidad mapuche), pero de la soledad de su condición. Ese es el perfil del líder que se embarca en varias aventuras continentales para liderar la gesta de la independencia. Los dramaturgos se centran en un momento de crisis específico: la abdicación para evitar un guerra civil en febrero de 1823 y su partida al exilio en Perú, pero relatado en medio de un estado febril, recurso que supera el tradicional discurso histórico para entrar en un relato que adelanta y atrasa acontecimientos, conjuga intrigas, clama al padre lejano, sufre con su madre, lamenta la traición de la Logia Lautarina. Se esboza la caída de este héroe enfrentado a diversas problemáticas: presión de los grupos de provincia, los gastos de guerra, el problema en La Araucanía. Tiene algo de lo trágico al ver a este prócer en caída libre que llama a sus colegas americanistas, a sus progenitores. Se trata de un O'Higgins poliédrico, íntimo, ambivalente, que frente al piano dirime o luchando con las armas dirime qué hacer con los ejércitos revolucionarios o la presión del régimen monárquico.
Un grupo de personajes también va revelando el mosaico de O'Higgins con excelentes interpretaciones, corporales y musicales, de Alfredo Becerra, Daniela Ropert y Eduardo Irrazabal, como es la impronta de la compañía. Además, el atractivo diseño de Gabriela González logra un espectáculo lúdico y chispeante.
"La viuda de Apablaza", en cartelera en GAM, es la tragedia chilena por excelencia. El dramaturgo, también dibujante y periodista Germán Luco Cruchaga pone en escena a una viuda, una mujer todopoderosa -dueña de las tierras, del destino de sus trabajadores- que se obsesiona con el hijo ilegítimo de su marido con una mujer indígena, y a quien entrena en las faenas del campo y a quien presenta así: "Ñiiico, peazo de bestia, guacho asqueroso, guacho pulguiento, guacho parecío...". En Ñico hay muchos deseos cifrados: ser el hijo que no tuvo, ser el heredero que hay que pulir, el hombre que la valide en ese orden masculino tras su viudez, y luego el objeto de deseo. La viuda sabe que debe educar su temperamento indócil y tosco, "te faltan maneras y que te arreglís los monos", pero es su razón de ser.
Al mismo tiempo se escenifica la industrialización del campo, la llegada de inmigrantes españoles que buscan "hacerse la América", las tensas relaciones laborales en el régimen hacendado, el conflicto con los pueblos de la frontera, la perversión de la ambición económica. La viuda "compra" al Ñico, y él se deja comprar, lo compra como hombre, como pareja y ahí comienza su padecimiento trágico. Ese "amor por conveniencia" la "hace perder el seso", como dicen los personajes, y cede a la firma de un documento, e incluso a que traiga a su verdadera enamorada, su sobrina Florita, joven y educada a vivir con ellos. De Florita se dice que es una alegoría de la sangre chilena, sangre española con fragua mapuche, y será esa naturaleza la que terminará hundiéndola en el colapso emocional.
Quizás no hay actriz actual más indicada para el papel de la viuda que Catalina Saavedra, que sabe ejercer poder con presencia, gestos y tono de voz. Bien interpretado también está Ñico, por Francisco Ossa, pero quizás la proximidad en edad (y de caracterización) no trasmite lo incestuoso que comunicaban las duplas clásicas de Carmen Bunster y Mario Lorca, Elsa Poblete y Roberto Farías. Rodrigo Pérez es el director de esta versión que conserva los decires campesinos y a los graciosos personajes secundarios, pero altera los ciclos de naturaleza y la presencia de los objetos. Y acá ocurre algo: el escenario de la sala principal del GAM es tan amplio que es complejo ocupar ese espacio si no es con escenografía de gran tamaño. Por otra parte, si la obra es vista desde la última fila de las butacas es difícil distinguir los objetos en escena ni el diseño escénico que proponen una nueva lectura de la casa patronal y el paisaje. De todos modos es una obra tan poderosa que solo escuchar su trama nos mueve.
El derrotero psíquico de la viuda, que se describe como una mujer de mediana edad de carnes firmes, la inscribe en la genealogía de Yocasta y Fedra, de las mujeres de Lorca (la mujer infértil pero poderosa), de las heroínas de las novelas del siglo XIX que sucumben a sus propias transgresiones. Porque si bien ella ejerce el poder del campo masculinamente, su debilidad de mujer la destruye. De este modo la propuesta de Pérez subraya la fuerza de la naturaleza en el binomio civilización y barbarie, razón y sentimientos, femenino y masculino, juventud y vejez, puro y mestizo para hacer girar la historia alrededor de un hecho de violencia en medio de La Araucanía rural de los años veinte que trunca la vida de todos sus personajes.
Un personaje histórico -el hijo huacho que triunfa como el padre de la patria- y un personaje literario -la madrastra del huacho que se enamora de él- adquieren categoría de mitos fundacionales que nos hacen reflexionar sobre el problema de los orígenes familiares y la traición como un tema propio del Chile profundo. Proyectos que superan el chauvinismo patriótico y la postal escolar, para revisar con hondura nuestra historia e identidad a partir de la lucha por el reconocimiento y la fuerza del mestizaje.
Andrea Jeftanovic