El encierro es una situación que nos pone a prueba. Los seres humanos recluidos estamos expuestos a la intensidad de nuestras experiencias, nuestra psiquis. Estar internado por un largo período deja secuelas en el cuerpo y la mente. Eso se puede ver en los prisioneros en cautiverio en Colombia, en los mineros de San José, en los testimonios de presos políticos. Tras la dictadura hubo otro modelo de encierro: el de los verdugos. Responsables de crímenes fueron detenidos en cárceles en las que gozan de demasiados, e injustificados, beneficios.
El Teatro La María estrena para sus quince años de vida una obra desopilante. Ya vienen trabajando con el humor negro en sus anteriores montajes ("Trauma", "Pelícano", "Superhéroes", "Las huachas" y "Los millonarios"). Esta compañía liderada por Alexandra von Hummel y Alexis Moreno suele trabajar con un elenco estable: Manuel Peña, Elvis Fuentes, Rodrigo Soto y Tamara Acosta, y junto a los diseñadores teatrales Rodrigo Ruiz y Ricardo Romero.
Para este proyecto eligen una locación particular: un hotel en la Antártica habitado por cuatro ancianos dementes que fueron perpetradores durante la dictadura; no sabemos sus crímenes, pero sí que fueron delitos o graves complicidades, y ahora son atendidos por una mujer de la limpieza y un enfermero. Durante su encierro viven un verdadero carnaval: comen pasteles, ven TV, juegan pimpón, usan flippers, se dan baños de vapor. Son un conjunto de ancianos abyectos en su habla coprolálica, en sus conductas hipersexuadas, en el descontrol de orines, en sus manoseos al personal, en la desorientación por el Alzheimer, en su enfermiza autorreferencia.
La memoria tiene muchos tonos, y el humor corrosivo es una de las posibilidades. Este humor facilita un incisivo análisis, que fuera de tono pedagógico, nos enfrenta a complejas situaciones. Por ejemplo, a la moral y a la memoria de los verdugos. Qué pasa si el verdugo niega o no recuerda su crimen, incluso si cree que fue su deber patriota; en ese caso es complejo pensar en justicia o reparación posible, aunque sean situaciones de silencio cómplice o por la "banalidad" del mal (que nunca es banal). Porque entre los ancianos del hotel no hay culpa, sino un constante déjà vu cuando prenden la TV detenida en los años 80 o se comportan como jubilados con generosa pensión. Por otro lado, nos confronta a las muertes impunes de estos jerarcas añosos con causas en proceso. Muchos de ellos mueren sin haber entregado información relevante para casos de violaciones a los derechos humanos.
La puesta en escena de esta comedia negra se arma con cuadros que funcionan muy bien gracias a un diseño teatral eficaz. La escena del sauna es superlativa, amerita destacar el excelente trabajo de Rodrigo Ruiz y Ricardo Romero, que enmarca sus cuerpos deteriorados y su conversación decadente en medio del vapor y la madera. Hay otras escenas memorables, como la señora estriptisera ex Cema Chile. Es que otro punto fuerte son las actuaciones. Alexandra von Hummel se luce en su papel, la ex Dama de Rojo que se mueve con desparpajo y chabacanería. Tamara Acosta es versátil y pícara en su rol de enfermera-jefe y monja. Las cuatro actuaciones masculinas -Manuel Peña, Elvis Fuentes, Rodrigo Soto y Alexis Moreno- son de primer nivel. En el elenco hay sintonía interpretativa y escénica, que la proporcionan la larga trayectoria y el trabajo en conjunto. Quizás resultan innecesarios los letreros proyectados en la pared, pues son elipsis que un espectador atento comprende, pero también juegan con cierto absurdo de las películas mudas.
El humor negro es una herramienta poderosa, es perturbador mostrar a estos criminales como unos abuelitos desmemoriados, encantadores, insolentes, que viven en un estado de constante fiesta. Este humor nos expone a un carrusel de emociones que oscila entre el terror, la angustia, la rabia y más. Cuando la justicia de la sociedad, la de los tribunales, no es suficiente, el arte complementa, denuncia, dicta otra sentencia. Acá es con la carcajada nerviosa, catártica, para cuestionarnos el dicho: ¿el que ríe último ríe mejor?
Andrea Jeftanovic