Una de las óperas más representadas a nivel mundial, bienvenida (casi) siempre por el público, repletó el Teatro Municipal -incluyendo un porcentaje notable de niños y jóvenes- para esta nueva producción en la que, nota curiosa, el director musical y los tres protagonistas son jóvenes rusos.
Verdi quiso una "Traviata" contemporánea a él, un drama de su tiempo (1853). Trasponiendo apenas, la propuesta de Pablo Núñez está acertadamente ambientada en los años 60-70 del siglo XIX. Su escenografía refinada y elegante, bella y cuidadosamente elaborada, crea la atmósfera romántica del imaginario asociado a esta historia. La complementa a perfección y cobra un rol protagónico la iluminación de Ricardo Castro, intachablemente manejada, con un tratamiento sobrio e inteligente -casi subliminal- de los colores, principalmente rojos y azules. El vestuario es otro de los puntos altos de esta puesta: elaborado con armonioso detalle, juega también con las tonalidades rojas para el coro femenino. Con lógica simbólica, Violeta comienza de blanco en el esplendor del primer acto, luego pasa al gris en las complicaciones del segundo, al negro para su doliente retorno a la vida de cortesana, y nuevamente al blanco en el triste final. Las coreografías de Georgette Farías para gitanillas y matadores están bien integradas a la acción.
Centrada en un íntimo desarrollo psicológico de los protagonistas, en "La traviata" es de vital importancia un manejo escénico expresivo, que transmita con convicción sus alegrías, agitaciones y dolores. Lamentablemente, la dirección de escena fue el punto débil de esta producción, en que los tres solistas parecen un tanto entregados a su suerte. El tenor es quien sale peor parado, pese a poseer un físico exacto para el rol, al que una enérgica conducción del
régisseur podría sacar gran partido, en vez de la implausible rigidez que se observó. El barítono resulta convincente en lo actoral y la soprano más bien cumple cautamente con los movimientos básicos del rol. Así, el desarrollo expresivo no alcanza profundidad y verosimilitud dramática, el drama nunca se inflama y en no pocos pasajes el conjunto se asemeja casi a un recital semiescenificado.
En el estreno, la soprano Nadine Koutcher, de reconocidos bello timbre y buen manejo de coloraturas, fue cobrando soltura en el curso de la velada, en especial desde un "Dite a la giovanne" plenamente logrado. Pero su atención a no arriesgar demasiado torna algo plano el fraseo y la expresividad no abunda en matices. Sólido el Giorgio Germont del barítono Igor Golovatenko, de rotunda y segura emisión, importante caudal vocal y un excelente tercio agudo. Su gran aria "Di Provenza..." se desenvolvió muy bien, afectada apenas por un casi imperceptible accidente de opacidad hacia el final, que compensó con una enérgica
cabaletta "Non, non udrai rimproveri", que no fue cortada. El tenor Sergey Romanovsky, con ostensible temor escénico en el primer acto, exhibió el potencial de su material vocal desde su frase entre bastidores "Di quell'amor...". En el segundo acto valerosamente incluyó también la a menudo cortada
cabaletta "Oh mio rimorso...", aunque sin aventurar el (no escrito) Do sobreagudo final que el público siempre espera. Al parecer, se está ante un tenor ligero en transición a lírico, todavía no consumada, y en busca de consolidación. Tal vez no estaba en una buena noche, y muchos pasajes justifican el temprano interés internacional que ha despertado.
El maestro Konstantin Chudovsky, que no siempre muestra especial afinidad con el repertorio romántico italiano, atiende aquí al desarrollo escénico más que en otras ocasiones, evitando decalajes con el foso. Sus
tempi y volúmenes serán interesantes para algunos y opinables para otros, pero se echa de menos el torrente verdiano desatado en toda su intensidad. El coro estuvo algo por debajo de su nivel habitual en el primer acto, quizá porque Chudovsky imprime dinámicas extrañas a su despedida de la fiesta.
Más allá de estas reservas, que bien pueden perder sustento en funciones ulteriores -la alta demanda ha forzado a programar funciones adicionales-, el público acogió esta "Traviata" con vivo entusiasmo, prodigando bravos e incluso el redoblar de "pataditas" aprobatorias en el saludo final, especialmente para Koutcher.