Según la encuesta Adimark, la Presidenta bajó su nivel de aprobación entre quienes se identifican con el centro político desde el 32 al 20% en el último mes. La misma aprobación era de 37% hace seis meses. La caída es mucho más fuerte en ese sector que en el resto, pues la adhesión general a la Presidenta bajó en 6 puntos porcentuales en los últimos seis meses, y en 2 puntos en el último mes.
Una de las hipótesis que permiten explicar tan abrupta caída en tan poco tiempo es el giro en el discurso gubernamental, particularmente a partir del cambio de ministro del Interior. El saliente y el entrante tienen una larga trayectoria e identificación con el centro; pero se diferencian significativamente en su discurso acerca de cómo debe proyectarse este gobierno; y, en política, las palabras constituyen realidades: Si la población percibía que Burgos jugaba de contención en materia de cambios estructurales y de ideas refundacionales, el nuevo ministro entró declarando su adhesión sin matices al programa y señaló que la tarea era cumplirlo cabalmente. En el Gobierno volvió a instalarse entonces la noción de que esta baja adhesión ciudadana se debe a los temores a los cambios estructurales mientras se debaten, pero que se recuperará con vigor cuando estén operativos. Está de regreso esa imagen ingenua, a la vez que despectiva, de la inteligencia popular, que supone que estas son críticas solo por los tacos que provocan las obras que mejorarán la ruta. Asimismo, ha regresado el discurso de que lo que falta es explicar mejor las reformas, como si la gente fuera corta de entendimiento sin la asistencia de la vocería del Gobierno.
También se ha instalado una nueva confianza, y esta es que la Nueva Mayoría sacará más votos que Chile Vamos en la próxima elección municipal y que eso cambiará el viento y los ánimos políticos y entonces la coalición enfilará optimista hacia el triunfo en la próxima presidencial, como ha ocurrido antes. Otra ingenuidad. Esta peca de mirar el futuro por el espejo retrovisor, pues omite considerar la probabilidad de que muchas votaciones municipales se expliquen por características locales y personales de los candidatos, más que por su militancia; y, sobre todo, no considera la alta probabilidad de una participación electoral tan baja como para que salgamos de esas elecciones sin que puedan proyectarse triunfos presidenciales siguientes. Lo más probable entonces es que el futuro de la coalición de centroizquierda siga dependiendo fuertemente de lo que haga el Gobierno y también de cuándo y cómo se configuren sus candidaturas presidenciales.
Para quienes creemos en una alianza de centroizquierda, hay razones para temer que el Gobierno, liberado ya de las trabas que le ponía Burgos, siga empujando el programa como lo entiende la izquierda, y así pierda, como ya se registra, cada vez más aprobación en el centro electoral y político y haga progresivamente más difícil la subsistencia de la coalición.
La inercia también pone presión para que Lagos defina luego su candidatura, pues él tiene la mayor, si no la única, probabilidad de volver a aglutinar una alianza de centroizquierda antes de la primera vuelta presidencial. Porque, claro, las sociedades políticas pueden soportar mejor las tensiones y los malos ratos con un proyecto de futuro que las entusiasme.
Los partidos que apelan al centro inevitablemente tomarán la temperatura de sus electores, quienes se alejan en forma significativa de este gobierno. No me parece que esté en juego el apoyo al Gobierno de cada partido, hasta el último día de su mandato; pero el desprecio de este por el centro más moderado puede llevarlo a dejar a muy mal traer y eventualmente a sepultar a una alianza de centroizquierda de la que muchos nos enorgullecimos y en la que continuamos cifrando esperanzas.
El nuevo ministro del Interior tiene una carga muy pesada sobre sus espaldas en esta materia, pues de él depende en porción no menor cómo saldremos de esta encrucijada.