Pocos temas despiertan más controversia en relación a la educación de los hijos que los castigos. La polémica se ha reactivado a nivel mundial por el niño japonés de siete años que fue abandonado por sus padres en los alrededores de un bosque por haber tirado piedras. Se trataba además de un bosque con osos salvajes. El niño corrió tras el auto, pero no se detuvieron, y cuando volvieron a buscarlo a los pocos minutos, ya no lo encontraron. Después de una angustiosa búsqueda, apareció con vida seis días después. El padre reconoció su error y públicamente pidió disculpas al niño y a quienes participaron en la búsqueda. Se veía sinceramente arrepentido, pero un castigo así deja huellas emocionales difíciles de borrar. Los castigos están dentro del gran tema de la disciplina. Surgen cuando los niños no logran cumplir con los límites y porque transgreden normas y valores familiares; es decir, cuando no se ha logrado enseñar a los niños lo que queremos que aprendan. El castigo no puede ser una forma de maltrato ni de que los niños se sientan abandonados. Las sanciones y las críticas son a las acciones, y no a los niños por parte de sus padres, que son las únicas personas de las que recibirán afecto incondicional en su vida.
La mayor parte de las veces que se castiga en forma violenta o inapropiada, los padres reconocen haber estado fuera de control por la falta que el niño cometió. En su ofuscación, los padres están expuestos a cometer errores graves y a constituirse en un pésimo modelo de autorregulación. Se produce una situación amenazante que viene de los padres a cargo de su seguridad y protección. Es muy dañino sentirse abandonado por los que más queremos.
Aunque uno pueda empatizar con padres a los cuales sus hijos pueden llevarlos al borde de la desesperación por comportamientos desafiantes, el consejo es procurar calmarse antes de tomar alguna medida de la cual puedan arrepentirse. Es conveniente reconocer frente al hijo que está enojado y que van a conversar después, porque quiere calmarse y pensar en cómo arreglar la situación. Dejarle la tarea de pensar como reparar la falta. Los procesos reflexivos dan la posibilidad de que se interioricen las normas, de que se piense en la reparación y el cambio. Eso es lo que realmente importa. Siempre que se pueda, se aconseja no castigar, y nunca hacerlo físicamente. Educar es un proceso que exige mucha autorregulación por parte de los padres.