El ex ministro Burgos dice partir por cansancio. No cabe dudar de sus palabras. No se trata de ningún problema de salud, sino de agotamiento en el cargo. El realismo de Jorge Burgos le convenció que había llegado la hora de partir, y lo hizo. Su innegable espíritu de servicio público y su sentido republicano no nublaron su análisis. La ambición, que habita a todo político, tampoco le impidió sopesar su capacidad de seguir sirviendo el cargo siendo fiel a sí mismo. Sus contribuciones, que fueron muchas, no debieran medirse tanto en leyes aprobadas por su ministerio o en políticas exitosas, como en haber representado las ideas de un sector muy relevante de la Nueva Mayoría en muchas de las decisiones que el Gobierno tomó o en las que dejó de embarcarse. Por cierto, no siempre las impuso, pero las hizo ver, contribuyó con su mirada, que es la de muchos, una mirada, más de entendimiento que de confrontación, más de obras que de reyerta, más de largo que de corto plazo, ayudando a poner un rumbo que, de otra forma, habría sido distinto en este último año de gobierno.
Muchos recuerdan las posiciones de Mario Fernández en asuntos valóricos, especulando para dónde podría enrumbarse el Gobierno en ellas al designarlo. Pero el ministro entrante, otro que entiende la función de un ministro en este régimen presidencial, ha declarado que suscribe la agenda del Gobierno, incluido el proyecto de ley en materia de aborto.
Sale un democratacristiano, actor relevante de sus gobiernos anteriores cuando esta se llamaba Concertación y tenía otros desafíos, y entra otro, de análoga historia política. Habrá cambios en los estilos. Por un tiempo desaparecerán algunas asperezas que se habían instalado en la coalición y en el Gobierno. Vendrán otras.
Cuando algunos pretenden comenzar a escribir el certificado de defunción de la Nueva Mayoría, la Presidenta, en una muestra de sabiduría política, intenta mantener unida la coalición que sustenta al Gobierno. El régimen presidencial chileno es uno en el que el Presidente tiene un enorme poder personal, pero cuya capacidad de obrar descansa esencialmente en el apoyo de una coalición de partidos que representan un sentir gravitante de la opinión pública chilena. Este y el anterior gobierno lo olvidaron al constituir sus primeros gabinetes y debieron reconocer la fuerza de esta característica colectiva de nuestro régimen presidencial.
El régimen chileno, por fortuna, no es personalista. Las coaliciones gobernantes se constituyen en derredor de una candidatura presidencial, pero luego es deber político de los presidentes mantenerlas. Las cosas no están fáciles para la coalición que gobierna. Algunos quisieran que fuera más pequeña y expulsar a los que ponen matices o a los que manejan retroexcavadoras. Afortunadamente la Presidenta no lo entiende así y hace representar a unos y a otros en su círculo más cercano. A ellos debe oír y en ellos debe descansar si quiere mantener la esperanza de un gobierno realizador. Los gobiernos testimoniales no hacen sino cavar su propia tumba.
La tensión en la Nueva Mayoría está instalada. Habrá que ver con qué grandeza y sentido de futuro continuarán actuando sus principales actores. Se va uno que entendió bien esa característica grupal de nuestro régimen presidencial, uno que comprendió que era secretario de una presidenta, pero que, a la vez, estaba allí para hacer ver, a veces hasta con cierta rudeza, la voz de su sector. Entra otro que ha vivido en carne propia este carácter distintivo de nuestro régimen de gobierno.
En el cambio, la Presidenta manifiesta seguir entendiendo que la capacidad realizadora de su gobierno descansa en mantener unida, y por ende representada, a la coalición de gobierno, aunque la misma se encuentre tensionada.