Hace años conocimos este restorán, que nos pareció bueno. Como el tiempo pasa, y las personas también (incluyendo cocineros y adláteres), se nos ocurrió volver para constatar si el tiempo, universal amenaza, había cobrado tributo.
Afortunadamente, no. Por el contrario, ha otorgado sus beneficios que, como se sabe, suelen ser parcos. La carta, si bien ha variado un poco, mantiene lo esencial que ya le conocíamos -cosa estupenda en este mundo mapochino donde "cambiar la carta" es algo que se festeja con alborozo, en una necia manifestación de amor al cambio por el cambio-. Y habiendo la carta agregado algunos ítems, esperamos que las ausencias sean sólo temporales (como la de un salmorejo estupendo que probamos en aquella primera oportunidad).
El lugar, el estilo, el ambiente, el buen, ágil servicio, son como antes, cosa que se agradece: no hay aquí upgrades que lo desubican a uno ("que no haya novedades", decían antiguamente las viejas, con toda razón en tantos campos). Quizá esté comenzando a ser necesario reservar mesa, porque fuimos cualquier día de semana a comer, y ocupamos una de las dos últimas que estaban disponibles. El público, que no siempre es una entidad suficientemente instruida, reconoce en este caso, con su presencia, la calidad.
Es que ocurre aquí que la cocina es tan de universal gusto, afirmada como está en algunos estilos y modos de la cocina española que, al menos, por estas latitudes, es generalmente apreciada. Partimos con una tortilla española en variedad Carrer Nou, es decir, empaquetada en gran cantidad de láminas de jamón serrano ($5.700): fue nuestra entrada, aunque era para dos; y llegó como la pedimos (nos preguntaron cómo la queríamos): "seca como para echarla a rodar". Excelente.
Otra entrada fue el Olot ($6.500), plato compuesto por tres grandes pimientos del piquillo rellenos con sobrasada (relleno de embutido) a la miel y tostadas untadas con roquefort: también un plato muy bien logrado y abundante.
Entusiasmados a pesar de las cantidades ya ingeridas, seguimos con lo que se nos informó que era el plato más vendido, intitulado Euskadi ($10.900), que resultó ser un grueso medallón de filete, cocido a punto, acompañado de un riquísimo guiso de habas con puntas de jamón serrano. Vacilamos mucho entre éste y el atún Sofía, sellado y rodeado de migas de ajos (migas españolas aromatizadas de ese modo), que tenía una cara soberbia... Pero nos fuimos luego a un par de timbales de carne de cordero deshilachada y aliñada, con salsa de Oporto y un cerro de papas hilo fritas a la perfección ($11.900). Una verdadera fiesta.
Postres: una trilogía de tortas de Santiago, que es un bizcocho de almendras típico de Santiago de Compostela, buenísimo ($5.200) y un clafouti (algo heterodoxo, pero bueno) de manzanas ($4.000). Mención aparte: la magnífica sangría del lugar, la mejor de Santiago ($10.900 el litro).
José Miguel Claro 1802, 2 2727 1161.